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INSTANT.

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Oh, gran zorra de mi vida. Sé que nunca me has querido. Lo sé cuando masticas delante de mi  y me miras fijamente llena de asco. Oh, gran cabrona es un suplicio tanto tiempo tanto silencio.

LE LLAMABAN EL RUMIADOR SOLITARIO.

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Aquel dilema como otros muchos que no paraba de rumiar. Sí. La distancia más corta entre dos puntos no es la linea recta, es la curva. Así de simple. Y tener claustrofobia porque sabía a ciencia cierta que el radio del universo eran milímitro arriba o abajo diez elevado a siete años luz, incluso su densidad, palpable, uno dividido por diez elevado a veintidós. Extrañamente elucubrando. Rumiando una y otra vez con aquellas cantidades infinita s. Masticar pensamientos. Digerir. Otra vez masticar. Este día tan extraño, más intenso de lo normal de otros días más planos y largos. Mis dudas habían empezado a eso del mediodía. Es ese estado en que te paras a pensar y luego prosigues y prosigues, parándote otra vez a pensar. Estuve así unos diez minutos, algo que no es normal en mí. Los que me conocen saben que soy decidido y que pienso las cosas lo justo. El caso es que venga a darle vueltas sin encontrar la solución sobre aquel dilema (llamésmole así), que ya empezaba a obses

SESIÓN CONTINÚA.

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En todo el cine podríamos haber seis, luego entró la muerte que de oscuro no se le notaba, y se sentó muy cerca de la pantalla. La oscuridad inmensa a veces. Otras veces la pantalla lo iluminaba todo con sus destellos a lo relámpago infinito. Yo tenía la boca pegajosa de haber cortado los rollos de poliester transparente comprados en un Chino para colocar los doscientos carteles del Partido sobre las esmeradas paredes de cinco centros culturales hechos con el sudor del ciudadano. Yo no sabía. Yo no me podía imaginar que mi boca estaba recorrida por el enteococcus faecium, por los restos de la incada de dientes a los posos de cola que habían pasado por la balsa de encole, en donde habían miccionado Wang Chuao Tao padre, donde se había limpiado la regla Hui Ying Amuxi, la madre, dónde había escupido esputos a lo largo de tres años el abuelo Jian Zhang, y los contratados a catorce horas: Zhao,Li, Huang y Xao Chen Omuxi. Añadir tambien dos mininos muertos, cuatro ratas aguaronas, y un

LA SOSPECHA Y LA DULZURA.

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Ya pasaron ocho meses desde lo del Tío, y Brígida me llamó ayer otra de tantas veces, y le tuve que colgar, así de lagarta y chula, oyes como no miras los cajones antes de mandar llevar los muebles, que por mucho de cerezo que fueran sólo sacamos doscientos cincuenta putos euros. Me dijo de todo, y yo le dije lo mío, mucho cuento ahora, mucho cuento, y mira que te quería el Tío, y ni una puñetera vez lo fuiste a ver, y le dije más. Ya le había explicado a los tres días del hecho, y loca, loca estaba por venderlo todo, como una cabra salida. El Tío era de cariños para Brígida, le daba sus secretos, y algo presentía. Si no te vas de repente, la muerte suele dejar sus cosas, no sé cómo decirlo, es un rastro de cosas, de cosas que se piensan en silencio, la muerte no viene así como así cuando te quiere llevar en reposo, deja rastros, deja cosas. El tío se murió al correrse, fijo, y por lo menos disfrutó, tiene que ser la repera irte de boleo (a lo hay hay hay hay, que me voy), y

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS.

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Sé muy bien que tú antes de devorarla digieres mentalmente a tu presa. Que dentro de ti prefieres matar dos veces por si fuera necesario. Pero tengo la esperanza que dejarás de prever. De dimensionar previamente. Que no serás ni fiel ni infiel. Que no adorarás a ningún Dios. Ni calmarás tu locura con extrañas ceremonias. Que no harás ritos imposibles para mantener la esperanza, por si acaso no existiera la nada.

ANTON DE PRELO.

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Antón de Prelo descansaba durmiendo sobre un jergón de hojas de mazorcas de maíz. El día había sido duro. Al otro lado de una ancha pared de piedra estaba el ganado, llenándolo todo de un olor pesado a estiércol y a vahos de hierba fermentada. De fuera llegaba el canto del búho. Y por las contraventanas de roble semiabiertas, se filtraba nítidamente la luz lechosa de la luna llena. Por el suelo, entre virutas, desordenados, estaban: zuelas, gurbias, llegras, cepillos, escoplos, raquetas, hachas, clavos, y muchos tacos de goma; madreñas a medio hacer, troncos blancos y lisos de abedul, nogal y castaño. Sobre el banco, acuñada y ahumada, había una madreña terminada, untada de grasa de pelleja. Su casa estaba a unos metros del callejón de la iglesia. Desde su jergón se oteaban, parte del ábside. Y la única gárgola con forma de ser alado y misterioso, con cuerpo de dragón, que proyectaban su sombra – como si tuviera vida- a través del ventanuco, sobre una amplia pared de p

ZEPELIN.

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Esto fue a 46 grados Norte y a 6 grados Oeste, en un lugar casi sin Nombre en donde si te fijabas mucho podías ver el mar por Viavélez,en un lugar donde la helada dejaba siempre una línea blanca casi perfecta entre la luz y la oscuridad. La capitana y la Murcia, a eso de las nueve de la mañana, tiraban de la rastra de un arado romano. Yo iba delante de guiadera, mi padre detrás dirigiendo la reja para que no arrastrase xeixos, abriendo un surco estrecho por donde mi hermana Asunta dejaba patatas cortadas revueltas en azufre a dos palmos unas de otras. Las pegas bajaban a las lombrices, los tordos en manada revoloteaban entre los brezales a unos metros llenos de flores de color vino. Todo era así, abajo el pueblo con aquel humo de las chimeneas tan recto como si llevase al cielo todas las almas en pena que habían salido por la noche. Fue a las diez el prodigio, por las laderas de Miudeira apareció aquel bicho en forma de pedrisco de huevo de aluvión de color plata, que reve

NO SÉ.

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De qué forma los días proseguirán sin ningún particular. Lleno de secretos que van contigo. Manifestándose con toda esa lentitud como si no fueran de este mundo. Por cuántos lugares que pasaste quedará albergada una parte de ti que resplandezca. Habrá ecos de tus palabras. Tu mano desgastará el mármol hasta ser perceptible una huella. Tus labios dejarán un pensamiento dentro de un ínfimo recuerdo. Se trata de una caricia, un dedo que vuela sin tocarte la piel. Para que alguien te recuerde. En un papel arrugado habrá una marca casual de tu pertenencia, algo de tus manos que fue un gesto repetido. Algo que dejas y que fue tuyo. Una esencia. En las últimas sábanas que te acogieron. Buscará alguien que te amó tu olor para percibirte. Se quedará quieto una tarde y un segundo para imaginarte. Se detendrá la angustia cuando ya no estés.