EL PSICÓLOGO
Cuando
me dijo aquello un sudor frío ascendió desde mi dedo gordo del pie
hasta el último pelo de mi cabeza. Debía negarme, tenía que
negarme pero no lo hice. Ya sentía la sensación de pánico. Él lo
debía ver como un hecho normal en mis ojos mucho más
abiertos.
Acompáñeme- me
dijo-, será muy fácil confía en mi, yo estaré contigo. Se
levantó, tocado con su bata blanca, y vino hacía mí, pasándome la
mano por el hombro en un gesto que parecía tranquilizarme.
Atravesamos el pasillo saliendo al rellano. Notaba aquel sudor frío
que recorría mi cuerpo, era como si bajo mis brazos empezaran a
descender goterones de sudor. Tocó uno de los ascensores, y me
empujó suavemente a su interior. Las puertas se cerraron lentamente.
Y sin comerlo ni beberlo me vi allí, encerrado. Quizás él supuso
mi miedo. Sentí su mano sobre mi hombro apretándome más fuerte,
casi me hacía daño. Fue entonces cuando aquel pánico, ancestral, e
indescriptible volvió a mí. Volvió a mi aquella sensación de
faltarme el aire, respiraba y respiraba cada vez más fuerte, pero
tenía la sensación de que mis pulmones se ahogaban, a ellos no
llegaba nada, ni una pizca de oxígeno. Me puse a gatas en el
ascensor. Como un animal intentaba respirar por las rendijas de las
puertas al ras del suelo, perdiendo totalmente el control de mí
conducta, al mismo tiempo que pasaba a otra realidad no percibida.
Para
aquellos momentos, Sr. Comisario, yo ya había perdido toda noción
de identidad (“digéramoslo así”) no le puedo contar más,
el pánico pudo conmigo, en estas situaciones, sabe usted, que la
fuerza de un hombre adquiere proporciones inimaginables, uno se
vuelve un animal, y posiblemente lo haya estrangulado sin darme
cuenta mientras lo hacía.
Qué
recuerdos le podría contar a usted, Sr Comisario, ya se los conté a
él:...la cuna estaba allí en la segunda planta. Abajo el ganado
salía hacía la Ribera pisando la escarcha. Y yo estaba atado,
completamente arropado debajo de un zurcido de lana. Y mi hermanita
tiraba de la cuerda....… y la luz que yo veía daba aquellos
vuelcos, se entornaba y se abría, bajaba y subía entre la inercia
de un tirón fuerte y la vuelta suave a la posición de vahído,
surgido, devuelto desde mi estómago, como si desde aquel instante
empezase a horrorizarme la soledad de este mundo.
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