FERRATER.

 



Comerle la polla a un viejo debe de ser el peor sacrificio para una mujer, o para un hombre comepollas.

 Las pollas de los viejos huelen mal, es un olor inconfundible. Yo aún tengo el pellejo del prepucio y cuando voy al baño, me sube un olor fatal, a pescado de días, a ocle de arribada, mezclado con desagüe de detritos por tubería clandestina hacia el mar.

Luego está esa flacidez. 

Yo ahora tengo los huevos descolgados, algunas veces cuando me siento tengo que tener cuidado de no sentarme encima de ellos. Luego está mi aliento, y el olor de mi sudor, es especial, huelo mal, incluso unas horas después de haberme duchado.

Yo estoy con el poeta Gabriel Ferrater, el poeta suicida. Que con 50 años se suicidó con aquella idea casi obsesiva de que empezaba a oler mal. Según dicen las crónicas periodísticas:

-‘Me mataré antes de cumplir los 50’, anunciaba con pasmosa serenidad a sus amigos.

El poeta de Reus justificaba tamaña decisión con un singular argumento: a esa edad habría hecho ya todo lo que se tiene que hacer y, además, odiaba ’oler a viejo’.

“Ese día Gabriel está solo en su austero apartamento de Sant Cugat. Decidido, toma un puñado de pastillas que ingiere con una generosa dosis de alcohol e introduce su cabeza en una bolsa. Poco después muere asfixiado.”

Bien. No digo que el olor que se desprende sea algo fundamental en esta vida, pero es algo característico. Nos huele la habitación, las cosas, la ropa, la vida.

El otro día decidí ir de putas. Disimulé como pude y me acerqué a la calle Julia Duarte, al segundo C. Muchas veces aunque me haga el disimulado sé que la gente de la calle, o el del quiosco de enfrente sabe a donde voy. Cuando toqué el timbre me salió una chica joven con rasgos asiáticos. Lo primero que hice fue preguntar por la Troncha, la morena ya talluda que a mí me lo hace como puede. No estaba.

Por unos segundos estuve a punto de darme la vuelta, pero acabé entrando. Adentro dos rumanas, una española, y dos hispanas. Les noté en la cara que les daba asco, como que tres se salieron de la habitación, así que escogí a una rumana joven, teñida, que de mala gana me llevo a un catre deshecho, en la segunda puerta del pasillo.

No hubo mucho que hacer, no sé si por desconocimiento, o por lo que fue mi colgajo, recién lavado, soltó aquel vaho, y me dio pena de la chica, era como si se metiese una tripita de cerdo dentro de su boca. Hubo que desistir. Pagué y me marché.

Ya te digo. El olor de los viejos.

Los bebés huelen a ternura, lo impregnan todo, incluso la mierda de un bebé no ofende.

El detrito de un viejo está esperando para ser polvo.

Es como una premonición.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CANCIÓN SIN MÚSICA.

TOCAYO.

POR UNOS INSTANTES EN MIS SUEÑOS.