EL PASO DE LAS TERMÓPILAS.

 


Llevaba cuatro años abundantes labrando las huertas del Cajigal, una franja de tierra en forma de lengua alargada que daba a la ribera del río Duvia, con agua de torrentera por desnivel, cogida de un arroyo que se despenaba por el angosto monte de Arnais. Agua siempre limpia y fría incluso en la calima de agosto. Podría deciros lo que allí planto, todo lo que una huerta puede dar a la que añadí kiwis y una planta de kakis que retoñó con rapidez.

Para llegar al Cagigal tenías que pasar por un estrechado sendero llamado Camin de Ogrovo, de unos veinte metros, que hacia abajo hacían un precipicio de roquedal de cuarzo muy llamativo, y hacia arriba una pendiente de monte bajo con mucho brezo de color del vino.
Por aquellos veinte metros no tenías salida a cualquier lugar que mirases.

Sí, y por aquel sendero pasaba Breixo de las Fortelas con sus ovejas sardas en su mayoría, alguna texel, en total serían unas ciento veinte cabezas y algún cabrón también. Las llevaba al Cajigal por la parte que daba a la represa de riego del Duvia con mucho brezal, xestales y toxos, y en los clareados cantidad de terrón con yerba aballicados muy tierna, y tomiños a cada poco. Para los cabrones había carqueixa blanda en abundancia que la rumiaban pensando largo tiempo.

Lo malo a lo que os voy del caso es que a las ovejas les iba más bien mi huerta, y el Breixo ponía cara de zorro y miraba torcido el hijo de puta para el lado que no era, y no había día que me desmocharan varios berzales, o arrasaran con patatas tempranas que venían al mundo.

El día del Santo da barba dourada, Santo Cristo de Fisterra, se me vino a la cabeza mucho odio, y urdí la faena. A unos treinta metros por allí arriba donde un abedul se espatarraba en forma de cruceta con cana baja, me puse a almacenar pedras louxales, que había muchas, algunas que casi no podía con ellas. Estuve más de diez días haciendo aquel montón apilado. Como casi siempre el Breixo subía los jueves, cuando lo vi llegar, el día del Cristo, por coincidencia del santoral, ate unos doce metros de cuerda de trepa a la cana más fuerte del abedul, y le hice al tallo un quiebro en cuña para dejarlo débil, me corrí a un lado con la cuerda y allí esperé al Breixo.

No fue mucho la espera, casi fue antes el olor de las ovejas, que luego las vi entrar en la estrechura de Ogrovo. Cuando las vi enfilarlo con el pastor ovejero poniéndolas al hilo, tiré lo que pude de la cuerda, y aquello fue una pedregada de miles de louxas al abismo, señor Guarda, el resto no hace falta que se lo imagine, ya lo sabe usted, pero yo le digo que bien llevado está al infierno ese hijo de puta.

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