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TIMÓN.

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Oh, vida. Te me haces eterna pero sé que no es así. Acabo de reclamar la vuelta de una ración de churros y tardaron como cinco minutos en devolverme cuarenta céntimos de euro. Si tiraran ese aceite del bol que los refrié por las murallas de Dubrovnik nunca serían conquistadas. El aceite de girasol tiene esa bondad en las quemaduras que tardan años luz en curar. A estas horas de la mañana del lunes les da por poner dos gardenias de Machin y qué sé yo. Por la barra se comen el chocolate a puñados, y hay como una nostalgia entre lo que parece el primer roció de una mañana de casi marzo. No sé bien por qué designios me fui con la bragueta abierta. Te mueves por las calles con azúcar en la boca y sacas la lengua y te lames. Los árboles han crecido dos palmos esta noche, y todo son figuras geométricas y errores de paralaje. Tengo la impresión de que llevo un barco por la calle y que en el timón voy yo dando tumbos, y algo me escuece en la barriga. Debo vomitar en la

COSAS Y SOLETES.

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Ella quizás no dijo nada, pero si que pensó, pensaba, recogió los canelones hacía un lado de la mesa porque no eran de su gusto, fue a la despensa y trajo dos chorizos de culero, picantónes . Ya había dejado dos patatas de spunta cortaditas en la sartén, la patata se lastimaba en el aceite hirviendo, les dio vueltas, y las patatas gritaron con más lástima. Al chorizo no le fue bien en el aceite de oliva y también gritó, llevaba un tajo en su barriguita y soltaba borbotones d e especies que agitaban un pimiento rojo carnoso, suave, y otro del piquillo verde, y tres con forma de corazoncito de lamuyo, y luego los dos huevos de pita de caleya como dos soletes soltando pompas, casi al final, se quedaron como un sol amarillo, enteritos para aplastarlos con suave pan de centeno. Y aquella sombra del vino tinto picudo reflejada sobre la mesa como un láser. Y aquella mariposa blanca que ya estaba ayer y antes de ayer y antes de ayer dando vueltas como un Sputnik. Y un poco de cl

AIRE.

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Tengo que decir que me admitieron en el hospital general por causas de alergias que se manifiestan en forma de insuficiencia respiratoria superior y ataques de asma esporádicos que cada vez se repiten con más frecuencia. Lo que me parece raro, muy raro, es que me han transferido a la unidad psiquiátrica porque me dicen que mis factores psicológicos son los que desencadenan las orígenes de mi enfermedad, llamándole patrón general de tendencia psicológica. Pero desde niña siempre mi madre me cuidó de sucesivos casos de infecciones respiratorias, tengo ese sopor aquí, esa reminiscencia a eucalipto cuando mi padre me sobaba y sobaba sobre mis tetitas el Vick VapoRub. Ahora mismo me prescriben Levalbuterol y Salbutamol que me alivian momentáneamente las molestias. Tengo que decir que desde hace dos años mi irritabilidad ha ido en aumento y me es imposible realizar con asiduidad mis labores domésticas, incluso, me veo y deseo para poder freirle dos huevos a mi marido, por mi fatiga y a

OLOR.

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Palabras de cosas . . por ejemplo: almendras. Y flores de camelias que huelen bien. Y la pasión de la carne. La arena donde el mar es limpio. Tu cuello desde este precipicio que huele a piel. Manzanas abiertas en canal como asesinadas. El musgo empapado por la lluvia. La noche llena de asfixia. El café que sale tan negro. Tu boca que aún recuerda cómo saben las cosas. Y lo del alma.

PALABRAS.

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Palabras sombrías, sin luz, palabras que cuando caminan no dejan sombra, invisibles. Esas palabras. Ver el futuro hasta un segundo, describirlo. La mano que baja por la pendiente de tu espalda sin saber el final. El oído posado para escuchar el latido de otra vida. El abrazo que te aprieta para esconder tu angustia. Y sobre todo palabras sombrías, invisibles, algunas tan mágicas, que no las olvidas nunca.

GRAVEDAD.

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Estaba también allí, tan agradable, acurrucado, que estuve toda la mañana sin nacer. No sé si a alguno de vosotros le pasó eso. Pero hay un momento en que te escupen al mundo. Es como si fueras por un tobogán. Yo lo primero que me encontré fueron tus ojos. Ya estabas allí mirándome. En ese tiempo alguien dijo, ponle el reloj a cero, y entonces empezaron mis problemas. Había una luna inmensa porque era de madrugada. Lo otro deben ser unas manos pegajosas en forma de nido, y esa sensación de que algo te atrae al principio. Cuando dijeron que la fuerza de la gravedad se trasladaba en forma de ondas, había aquella helada tan blanca, los tallos del maíz se rompían como el cristal. Cuando descubrí aquel bulto en mis ingles acababa de hacer una gran cagada, reposada, y solitaria. Cuando salí del baño, la niña estaba allí riñendo con su madre, y una bolsa de plástico llena de cosas: garbanzos, arroz, espaguetis y polvorones de la navidad. Cómo voy a decirte que yo nací el otro

WALTER.

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A Luis Walter Alvarez se le cerraron los ojos antes. Tocado con un mandil de plomo detrás de una mirilla diminuta vio el cielo grande y el resplandor enorme. No había palabras ocultas, no había palabras futuras, no había palabras de ahora para describir aquel resplandor originado por el bulto soltado por el Enola Gay. Era toda la muerte posible que se podía originar en menos de un segundo. Nunca supe si las pupilas de Walter Alvarez llevaban parte de los hermosos castaños  que bordearon el río Narcea. La luz fue enorme, tenía dentro miles de almas. Qué biografía escribir sobre las nubes. Empieza diciendo: todo estaba lleno de muerte.

EL LUGAR.

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Se lo dije el día anterior, ya sabes como se dice eso, estás cagado de miedo pero se lo dices, si vuelves a venir te descerrajo, así con todas las palabras, y lo dices mirando de frente para imponerte, no hubo mucho más porque creo que tuvo miedo y se marchó. Yo tenía una china y una negra con las tetas al aire colgadas de la pared, una decoración sencilla que a la dueña de la pensión le parecía mal, la clásica ventana sobre el lateral de la cama, la mesita con un hule carcomido y su lamparita medio quemada. Me pasaba la mayor parte del día tirado en la cama y boca arriba, o de lado mirando hacía la puerta por si fuera a abrirse de repente. Era aquel miedo. A veces sobresaltos. No se sabe por qué a los dos días entró de nuevo con su cara furibunda  como para comerte, con aquella respiración agotadora, igual que si le faltara el aire, o no hubiese suficiente en la habitación. Le dije, de aquí no sales, ya no sales nunca más, se lo dije sentándome en la cama. Recuerdo