EL LUGAR.



Se lo dije el día anterior, ya sabes como se dice eso, estás cagado de miedo pero se lo dices, si vuelves a venir te descerrajo, así con todas las palabras, y lo dices mirando de frente para imponerte, no hubo mucho más porque creo que tuvo miedo y se marchó.

Yo tenía una china y una negra con las tetas al aire colgadas de la pared, una decoración sencilla que a la dueña de la pensión le parecía mal, la clásica ventana sobre el lateral de la cama, la mesita con un hule carcomido y su lamparita medio quemada.
Me pasaba la mayor parte del día tirado en la cama y boca arriba, o de lado mirando hacía la puerta por si fuera a abrirse de repente. Era aquel miedo. A veces sobresaltos.

No se sabe por qué a los dos días entró de nuevo con su cara furibunda  como para comerte, con aquella respiración agotadora, igual que si le faltara el aire, o no hubiese suficiente en la habitación.
Le dije, de aquí no sales, ya no sales nunca más, se lo dije sentándome en la cama.
Recuerdo el fuerte golpe del disparo.
Aún te quedan unos instantes y sientes como todo se oscurece, lo otro es un leve y cálido rastro de sangre, y ese silencio.

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