TIMÓN.
Oh,
vida. Te me haces eterna pero sé que no es así.
Acabo de
reclamar la vuelta de una ración de churros y tardaron como cinco
minutos en devolverme cuarenta céntimos de euro. Si tiraran ese
aceite del bol que los refrié por las murallas de Dubrovnik nunca
serían conquistadas. El aceite de girasol tiene esa bondad en las
quemaduras que tardan años luz en curar.
A estas
horas de la mañana del lunes les da por poner dos gardenias de
Machin y qué sé yo. Por la barra se comen el chocolate a puñados,
y hay como una nostalgia entre lo que parece el primer roció de una
mañana de casi marzo.
No sé
bien por qué designios me fui con la bragueta abierta.
Te
mueves por las calles con azúcar en la boca y sacas la lengua y te
lames. Los árboles han crecido dos palmos esta noche, y todo son
figuras geométricas y errores de paralaje.
Tengo la
impresión de que llevo un barco por la calle y que en el timón voy
yo dando tumbos, y algo me escuece en la barriga.
Debo
vomitar en la esquina de novedades Eloina mucha coca cola y restos de
una pastillita de Superman disueltos. La cosa no fue a mayores, me he
quedado con los churros en el estómago y los cuarenta céntimos que
llevo aquí.
Cómo
adivinar que soy yo.
Qué
será del amor si un día se paran las levas y tus dedos no notan la
diferencia.
De qué
vivirán nuestros corazones sin nada que consumir. ¿Saltarán por
los aires?
Comentarios