SABIENDO A CHOCOLATE.


Comía tanto chocolate, que le sabía a chocolate cuando él la comía. No era nada repulsiva esa vianda que ella le mostraba como si fuera a tener un niño, con las piernas abiertas. Aquella costumbre era repetitiva. Ella podía leer un periódico o una revista de muebles sobre su cabeza, sin inmutarse. Mientras él saboreaba aquella delicatessen llena de multisabores. Estas cosas son así. Describir como son las costumbres del matrimonio cuando los años empiezan a ser largos, es complicado, se degenera; cada uno tendrá sus costumbres y confianzas (como todos), se hace a ello cuando la ve allí adosada a la taza del inodoro con aquel culo tan grande, como pensando lo que deparará el día que está por delante; y ella le ve a él con cara de hipocondriaco en la misma postura esforzada, pensando en el color intestinal que tendrá el huevo de ese día. Pero las rutinas son las rutinas. El proceder siempre era el mismo. Sabían como comportarse en esos instantes, y cual, y cuando, era el momento: largas noches de invierno en donde las horas son lentas delante de la televisión, antes de que llegue el sueño; cortas noches de verano, cuando la luz en forma de penumbra aún es perceptible a través de la ventana durante la anochecida.
Cosas que la vida tiene, y que guardamos en tremendos secretos de sólo dos.
Ella se colocaba sobre la cama apoyando su espalda sobre un blando cojín a la cabecera, luego abría las piernas todo lo que daba, dejando ver su amplitud, sus blandas carnes. Cogía su revista y estiraba su mano sobre la tableta de chocolate negro que había en la mesita, degustaba un primer trocito, aquel gusto ligeramente amargo, con una pizca de dulzor que le daba un suave sabor a piña; su gusto preferido. Todo tan rutinario. El se acercaba a cuatro patas por la alfombra, al pie de la cama, miagando como un gatito, y se subía lentamente por la parte de atrás como un minino dócil y cariñoso. Luego su cabeza se escondía entre aquellos muslos abiertos, un poco más abiertos, dejando de miagar (su boca estaba ocupada en otros menesteres); porque se iniciaba la ceremonia semanal, aquel protocolo de sabores diferentes: “hoy le tocaba comerla sabiendo a chocolate”

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