EL MANAGER.


Me llamo Pentito Cruz (Penti) y para meterla tengo que hacer un triple bogey, eso con suerte, y si no lo logro lo intento en un cuádruplo (como poco), y si no, pues lo hago a puñados o con la boca; pero mal nunca quedo. Me refiero al golf. Mi pasión empezó en Valdevimbre jugando a las canicas mientras mi padre lavaba barricas de vino peleón tirando los posos a la cuneta. Apenas fui a la escuela del Topo, (El de las JONS), que enseñaba según la teoría de los reflejos condicionados con el silbato a golpe seco sobre el cerebelo, después de una pregunta baldía e inexacto mal contestada (Si no eras cristiano por la gracia de Dios, te jodían).

A estas horas de la mañana alguien ha puesto una pregunta en el cielo, pero no puedo contestarla. Alguien ha ido ordenando las nubes para que aparezca una interrogación sobre el azul de poniente y aumenten mis dudas. Este sábado ya se que no podré ser feliz. En la Plaza de San Telmo se me adelantaron unos rumanos que tocan a lo Emir Kusturica.

Hoy me he puesto medio kilo de arcilla. Represento una serpiente alada que me ha tragado por las piernas, y se me ve la cara entre las fauces de una boa verde. Cuando suena una moneda, me muevo hacía los lados, mi cabeza sobresale, tan de repente, que asusto a niños y a mayores.

Son tantas horas de hastío que pienso en lo humano y lo divino. Con los ojos escruto viejos conocidos que pudieran haber hecho conmigo un mínimo doble bogey. Soy irreconocible. Nada que ver con un antiguo Country Manager de la zona Norte. Se me pasa todo eso de las camisas tan estrechas, la agilidad cruzando los pasillos, el primer café, y las sonrisas detrás de los cristales tintados, y la mesa llena de carpetas repletas de asuntos pendientes.

Sobre este mojón mímico de serpiente, recuerdo el olor del vino peleón y a mi padre con una gorra negra con forma de platillo volante, y aquel olor a vinagre arrastrándose sobre una cuneta que daba a una huerta de berzas y calabacines y enredaderas de fréjoles y dalias y geranios de colores que bordeaban una acera de piedras amplias en forma de mapa.

También había camelias rojas.

Soy una boa constrictor y me he tragado a mi mismo, y mientras pienso todo eso, muy de reojo contemplo unos doce euros sobre una maleta de madera, y me quedo quieto mirando la difuminada interrogación del cielo, y me vienen las palabras de mi padre mientras raspaba una cuba de roble: el Topo te va a dar por el forro. Y el Topo me daba aquellos golpes de silbato, y el ir a la escuela no me gustaba, aunque llegué a Country Manager de la Zona Norte, aunque ahora mismo, y por cosas de la puta vida, ahora mismo, me esté saboreando con arcilla una boa constrictor en la plaza San Telmo, al lado de unos rumanos que tocan con sonido a hojalata a lo Emir Kusturica.

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