HUMO MÁGICO Y SILENCIO.


En Troms a uno se le quedan los huevos encogidos, ni una puta apetencia de mete y saca, y como vayas mucho más al norte y a la intemperie te pongas a mear se te queda congelada; si has visto la fuente de Manneken Pis, tienes esa sensación de que tú chorrito se anclará al suelo, así, petrificado en el hielo. Esto no hay garañón que lo aguante, ni ensoñación que lo enderece.

Me habían dicho lo de los productos secos y lo del caldo de gallina en termos, pero yo lo que llevo es ansiedad, me parte el alma la sensación de aislamiento en cualquier circunstancia. Con mi imaginación he recorrido el Generalife y me he puesto a tomar el sol en el Patio de la Acequia mientras escucho el murmullo del agua subir y bajar con esa geometría parabólica, casi idéntica y simétrica si la miras desde el fondo de unos ojos enamorados.

Tú estabas lejos, quizás recorriendo en un tren miles de postes que pasaban. Me habías dicho que viendo atardeceres. No sé si creerte. Quizás me lo decías para darme envidia.

Pero como en el cielo hay un rastro de nube de color verde pienso que todo es posible. Yo antes no me creía todas estas cosas de los colores en el confín del mundo. Ahora mismo ando como un alacrán y trato de coger una linterna, y paradójicamente aquí hay una sombra y destornillador.

Mi amor, han venido a desatascarme el culo. Llevaba un cubito de hielo.

Cuídate mucho, y lávate un poco el coñete, me gustaría comértelo a las finas hierbas después de un consomé calentito de caldo de gallina, o ave voladora; vaya usted a saber que esto que humea entre mis manos.

Puede no ser nada: humo mágico y silencio.

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