Y QUIZÁS MUERTO.


Me había puesto en aquel bosque un sueño improcedente. Sólo se cumple la teoría de la relatividad en los sueños, no sabemos como son de cortos, cómo son de largos y los relojes siempre están parados. Estaba puesto allí, en un paisaje que sólo existía para mi, no había un paisaje igual en todo el mundo, porque aquel era mi sueño y mi paisaje.

Digamos suelo con líquenes escamosos, líquenes traslúcidos de gelatina y otros como lanas de colores, y las rocas y las maderas muertas recubiertos de grotescas formas de líquenes azulados; setas lisas y brillantes en forma de sombrero, y avellanos, castaños, tejos, abedules y robles centenarios. Todo eso estaba viendo.

Y de repente los observé allí al fondo como una procesión. No existe la luz usual en los sueños. Ya lo sabes. Si sueñas cosas de amor te despiertas en ese sutil momento y te quedas extasiado, qué pena un minuto más, piensas. Pero este sueño era lúgubre, estaba yo solo esperando en un sendero, con esa sensación de amordazado, inerte, que los sueños dan (presa del pánico) y quizás muerto.

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