CASI ESTARÍA SATISFECHO.


Si estuviera prisionero y me mandara besos un morrongo en el patio, mientras cuento pasos, estaría nervioso a medias (de algo hay que morirse), y si estás indefenso y eres carne fresca, que te den por el culo es un mal menor.
Un moratón en un brazo, es un moratón, fue contra la puerta de la cocina el día en que yo saqué a Laika al chorrito de pi pi.
Y tú lo sabes: ni un roce, ni una mala mirada, ni nada de nada, en el fondo nunca me has querido.
Fue una venganza.

Prolongamos. Hagámoslo más largo. Esto es la existencia. Estoy al lado de un portalón de hierro y casi soy libre, me falta lo que me separa de aquí al autobús. Pero lo triste es todo esto que me rodea. No quisiera que estuvieras en mi piel al mirar el cielo -casualmente gris oscuro-. No sé a donde tengo que ir, o a donde debo ir, no se nada de nada, nada nada nada.

Hubo una vez una perrita llamada Laika que tenía tirabuzones y yo la pastoreaba en el parque cada segundo día a eso de las seis de la tarde.

Desde tú centro sale un radio imaginario, coges un compás y le das la vuelta, le pones tres kilómetros, y tú te mueves y la circunferencia se mueve, algunas veces estoy a tres kilómetros de ti y otras a seis, pero cuando me acerco más de la cuenta empieza a vibrar mi corazón trepidando con cientos de fibrilaciones auriculares.

-¿Será que te odio, o que aún te quiero?

En realidad, en la cocina estaba Laika acurrucada con aquellos ojos de cazadora que ponía, le pisaste su rabito y te caíste en la cocina, sentí tus voces desde el comedor y acudí corriendo, y estabas allí tirada, sobre tú brazo, con aquellos gestos de dolor.

Me han dado mucho por el culo, y si el autobús fuera un globo casi estaría satisfecho
.

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