Y NO SABE QUE YA HA NACIDO.




Esta mañana se veía hacía el Este a Júpiter como si fuera la última parte de un caramelo cuando lo chupas. Y estaba muy frío. Eso lo aprecié por la ventana del comedor un poco antes de las ocho, sin ninguna claridad de amanecida. Es obvio que mi observación duró un mínimo tiempo, y que cerré la ventana y me di la vuelta.

Yo mismo no sé cuántas veces hice esto por la mañana, y siempre me sucede que miro al mismo sitio y no siempre tengo la misma sensación. Pero lo que noto es que cada vez me cuesta más darme la vuelta y empezar a caminar para comenzar el día. Y digo esto porque tengo que ir hasta la cocina, y sin falta volver a la habitación y encender la luz de la mesita y verla a ella que aún está allí durmiendo, y debo meterme en el baño y el primero que me recibe soy yo mismo que me escruto en el espejo.

Pudiera decirse que cada vez es más angustioso, como ahora mismo. Es esa sanación de que tengo todo un día por delante que alguien me ha regalado y que debo estarle agradecido.

Algunas veces vas con la maquinilla de afeitar dándote vueltas. Y es siempre la misma rutina en las pasadas sobre tú cara; el cogerte la nariz de forma idiota para rasurar esos pelillos que están por donde respiras. Lo malo es cuando acabas y te has enjaguado con agua fría, y apareces otra vez dispuesto para emprender la marcha.

Pues me viene eso. Ya lo he dicho.
No sé si al salir estará la espiral que ya sospecho.
Sé que una vez hubo un hombre que se metió en la máquina del tiempo y no sabe que ya ha nacido.

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