COBRAR POR UN POEMA PODRÍA SER DELITO..
SOBRE EL AMOR.
FEBRERO A SOLAS.
27 DE ABRIL.
12 DE ABRIL.
OTRO POCO DE NADA
el martes 3 de mayo 2011
Antes de querer olvidar o currió el suceso que queremos olvidar. Por si mismos olvidar toda una vida no es posible. Mucha gente dice: deseo olvidarlo y así durante muchas veces seguidas: deseo olvidarlo, varias veces pensado, varias veces dicho así mismos, o a otros para autoconvencerse en vanos mecanismos de defensa, -mentirse a uno mismo-. A ciencia cierta no sé si lo han olvidado, o es una forma de hablar o de pensar angustiosamente.
Creo que olvidar un suceso trascendental no es posible en toda la vida.
He partido en un autobús que salió hacía el Norte. Me nuevo cadenciosamente. Vibro de vez en cuando. A mi lado una mujer y un niño en cuclillas sobre la mujer. Miramos los tres hacía seis filas delante de nosotros, doce cabezas a pares que también se van moviendo hacia los lados con la misma cadencia que yo me muevo. Sólo el conductor presiente, quizás, hacía que lado nos moveremos en los próximos segundos. En estos instantes hace un calor insoportable. Varias moscas viajan con nosotros, bajo nuestra referencia; pero en realidad las moscas viajan de un lado al otro dentro del autobús. No van a ningún lado. Su trayecto va desde la calva del conductor hasta las babas de un disminuido tirado a la larga en el último asiento. Podría decirse filosóficamente que las moscas viajan viajando.
No partí hacía el Sur porque el autobús hacia el norte salía antes. Eso indica que no me importaba a donde partir, que lo importante para mí, por algún motivo que quería olvidar, era partir sin importarme a dónde.
Siento la mano del niño que me acompaña rozando levemente mi mano.
Creo que acabo de asesinar a un hombre, y no soy capaz de olvidarlo.
11 DE ABRIL.
8 DE ABRIL
3 DE ABRIL.
30 DE MARZO.
29 DE MARZO.
28 DE MARZO.
OTRO MARZO.
25 DE MARZO.
24 DE MARZO
23 DE MARZO.
22 DE MARZO.
21 DE MARZO.
20 DE MARZO.
18 DE MARZO.
17 DE MARZO.
15 DE MARZO.
13 DE MARZO.
12 DE MARZO.
Se que han venido a verme, aquí hay marcas diminutas.
Un desfile largo de animales que comen la madera.
Rastros difusos por el cristal.
Besos marcados.
Y aún calor de pómulos en mis manos.
Y el olor que deja la desesperanza, como a pan rancio,
a fruta podrecida.
Presiento que he sido transportado en volandas a otros lugares.
Allí mismo, desde la noche misma.
Ven a ver todos estos pequeños posos de polilla.
Ven a ver a los gusanos.
Ven a ver reptando manos por los espejos.
!Mi amor!
Bésame a trabes del cristal.
Mis labios aún están posados allí.
MARZO Y LA NADA
Déjate caer si puedes desde Orión o más arriba,
desgráciame.
Y quédate quieta unos instantes, pensando,
sin levantar tus ojos.
Enséñame de nuevo las vocales, muévete.
Pósame tus manos sobre el pecho, dime cosas de amor.
No me abandones nunca entre la tristeza.
Sabes:
Es ya,
es absoluto.
Encima de nosotros no hay nada.
A los lados no hay nada.
Y estamos posados sobre la nada.
No me dejes ahora que aún no existo.
Da cien vueltas sobre mí como un molino, desgráciame.
Nunca aprenderé a castigarme, castígame.
No quiero dormir, morir entre la basura de una calle cortada.
O póyate sobre mí, despacio;
tus manos sobre mi pecho, lentamente,
hasta el final de este mundo y del otro mundo.
Sabes:
Sólo veo dentro de tus ojos.
Encima de nosotros no hay nada.
Alos lados no hay nada.
Y estamos posados sobre la nada.
Sólo existes tú que te encuentras sobre mí.
4 DE MARZO.
Y el corazón sobre ti más tarde.
Escucho voces que ayer no había.
La vida vuelve cada mañana, vuelve sobre si misma, o con otra vuelta distinta. Dejaste de ayer: las sensaciones de ayer, incluso los sabores de ayer, y continúas con el primer pensamiento de ahora, quizás un café y la pasta de los dientes, y angustiosos presentimientos… Si amas a alguien su imagen en dos dimensiones sobre un primer plano. Llevo así historias e historias e historias; tantas como días. Fue cambiando todo: sueños de niño, todos los colores, amplitudes en el cielo, cansancio, amores que te apuñalaron, la piel que se te fue metiendo para dentro, la misma muerte en los otros que te amaban; y allí donde el duodeno esa mano invisible de uñas largas que te lleva cogido siempre siempre siempre.
A hora por la mañana con todos los pensamientos puestos, ese sabor en la boca que es tú boca, y la mano dentro de tu garganta cuando cierras la puerta de casa, y agarrándote los mismísimos huevos cuando llegas a la calle.
OTRO MARZO
y yo estaba locamente enamorado de mi madre.
Luego me salió una lengua bifida, besaba siempre dos veces.
-Era un prodigio-.
En los transportes urbanos, mi lengua bifida se deslizaba, aparentemente,
como una rama de yedra, reptaba, cataba sabores,
cuencos de miel, espesos muñones,
bastos bosques, yermos solares,
lógicas podredumbres.
Si te enamoras de niño de tú madre serás un buen amante,
y nunca te quedarás solo sobre las costillas de la calle.
No te disolverás por una alcantarilla.
Ni derramarás lágrimas sobre los arrayanes que dividen los parques.
He mirado como miro: ojos de reptil, la boca abierta.
Si has posado la cabeza así, en ese calor, arrullo estremecido,
al vaivén de las cosas,
luces parpadeantes,
y esas campanitas que sonaban en un cálido y blando hueco;
donde cerrabas los ojos y te dormías tan enamorado.
3 DE MARZO.
Otra miraba el mar a veces de esa forma el piélago del mar, todo el mar, y sobre la arena caderas de madera, piernas de madera, restos de olas, arenas movedizas que tapaban escaleras y removían rocas escondidas. Otra tenía un sofá muy largo que llegaba hasta la cocina y caminaba sobre el leyendo revistas de color púrpura con un bagaje en las espaldas que casi fue la muerte.
Todas tenían ganas de llorar, y a veces lloraban para olvidar la última edad que les queda, el último soplo antes de la dejadez de la piel, y las fieles arrugas que retornan a cada cara dándole su merecido por tanta ingenuidad.
Yo hoy por la mañana, abrí unos visillos para que cuando venga la luz ilumine unos tiestos, que dentro de una cesta de mimbre, intentan vivir. Ayer me corté el pelo y por cojones me vi en el espejo, y no tengo solución, ni abriéndome de piernas, ni poniendo el culo.
Esto es una penita: los olmos amarillentos, el mar, un sofá grande, unas flores con pétalos rojos en forma de corazón, unas manos pequeñitas.
Es la vida, dicen en la frutería.
Yo no lloro aún, pero podría llorar.
En el fenómeno extraordinario del llanto parece que te encuentras más a gusto pero la pena sigue y sigue.
2 DE MARZO.
Ahora me queda escuchar tú voz. Y sucede que el amanecer puede ser un desprecio, o una falsa alarma.
Por favor:
Déjame un trocito de tú piel para secarme los ojos.
PARA TÍ EN FEBRERO
días de lunes, días de costumbres perezosas,
de ojos despertados a destiempo,
de ojos desesperados
y estás ahí.
Puede que estés ahí, con toda tú carga de amor,
con toda la vida premeditada,
esperando incrédula.
No hay nada tan inexistente como los encuentros que nunca sucedieron.
Palabras que nunca se dijeron.
Besos que nunca se dieron.
Pieles que nunca se rozaron.
Manos que nunca se apretaron.
Pero estás ahí, al otro lado:
Tan inmediata.
Tu boca caliente.
Tus manos calientes.
Tu piel caliente.
Y todos los besos.
Inalcanzable.
UN CAFÉ EN FEBRERO.
En tus ojos estaban A, B, y X.
Lo de X era un supuesto.
Pero yo miraba a tus ojos, y tus ojos me gustaban.
No había mucho mas, quizás pena y ganas de llorar.
Hablamos del amor y esas cosas, se dice cosas.
No había mucho más, yo tenía ganas y era una propuesta.
Subir a no sé donde, imaginarse.
Toda la piel pegada donde tú me digas.
Mi boca donde te apetezca, al norte, al sur, al este...
Y todos los besos para olvidarse de A, de B, y X.
En un instante.
Nada de ti me es indiferente, ni lo que tiras de ti
y ya no es alimento,
Las oquedades, el corazón dentro, los labios.
Y donde te amo, cuando digo tú nombre varias veces.
Sobrecogido, apretada sobre mí que me quitas esta soledad;
-y que te quiero-
sin A, sin B, sin X.
Y conmigo aún que no tengo letra.
7 DE FEBRERO.
Y no sé,
por qué he estado tanto tiempo esperando.
Tanto tiempo dando vueltas, aparentemente, esperando.
Era un niño pequeño y no había encrucijadas.
Tiraba piedras, no dejaba pasar el agua.
Imitaba a los pájaros.
Dejaba rastros sobre la nieve.
Incluso en Agosto veía hervirse la tierra.
Y ahora aquí, a la vuelta de esta página.
Todo lo escrito, lo que queda por leer.
Y ahora aquí, abierta una puerta inmensa
-tan sólo-.
Me huele al día de ayer.
Me huele al día de mañana.
Me huele a todos los días que me quedan.
Y aparentemente no hay nada.
Sólo quisiera que me oliese a ti.
26 DE FEBRERO.
Y yo no sé cuándo lo he empezado.
Presiento que hoy sábado ha pasado volando un jinete del Apocalipsis montado sobre un jamelgo, no sé cual de los cuatro es.
He conseguido levantarme y dentro de mí van todas mis historias, pero no sé qué historia voy a contar.
Me quedaré quieto, acurrucado, quieto, por si regresa el miedo.
Si alguien ha puesto flores es que hay alguien a parte de mí (de yo).
Si me sobrepongo en este sábado, si acaso no me abalanzo sobre mi mismo.
Hoy tengo la figura de mi padre, y de mis hermanas.
En el pueblo una vez tuve un cordero cojo que tenía los ojos muy tristes.
No sé si alguna vez he amado a alguien, si alguna vez tuve ese sentimiento dignificante.
No sé si alguna vez he sentido el rastro de la ausencia.
Estar acurrucado es una postura. Si no te ve nadie, no levantarás sospechas. Si te ven, empezarán a evaluarte. Estar acurrucado es un suceso.
Estar acurrucado puede significar que tienes miedo.
De todas formas, si hay un ramo de flores frescas, aquí hay alguien más.
21 DE FEBRERO.
nada encima de mí, ni a los lados.
Y los latidos en el cuello diciéndome que aún estaba vivo.
Y luego cuando ya estaba sólo, nadie, absolutamente,
se acercó a mí a preguntarme nada absolutamente.
Todos pasando por el borde de la acera.
Aunque mis ojos eran con luz, con esa luz de los ojos vivos.
El soportal estaba allí para estar sólo.
El soportal estaba allí para cuando quieres estar sólo.
En cuclillas sobre una arpillera de saco, no muriendo aún.
Como naciendo, aún así, de esa forma
en que el cuerpo humano de tan indefenso da ternura.
A una hora de la noche, la noche estaba sobre mí.
Nada sobre mí cercano, había estrellas muy altas.
Y pude dar la vuelta para encogerme más.
El soportal era un arco cerrado, y todo tan simple,
un hombre sólo, que se había quedado sólo.
20 DE FEBRERO.
Una vez predije que llegaría a no recordar nada, ni lo más simple. Sólo en momentos de lucidez como este retornan estados anteriores sin ubicar en el tiempo, como ya vividos.
Predecir que llegarás a no recordar, en si mismo, es un axioma.
-¿Tú no sabes lo que es una lucecita?
-¿Tú no sabes lo que representa que por unos instantes esta lucecita se encienda?
He percibido que te acercas. Siento la frialdad de tú mano. Y tú olor. Y aún te recuerdo.
Y tú tienes que saber que mis ojos se mueven hacía a ti.
Por una rara paradoja he nacido unos instantes desde la ausencia más absoluta. Existe la luz. Los sonidos son congruentes con su origen. El olor de mi rastro: sólo he recorrido un palmo hacía el borde del colchón.
Acabo de sentir el impulso de tus manos arrastrándome hacía esta postura permanente.
-¿Tú no sabes lo que es una lucecita?
19 DE FEBRERO.
Me joden tus problemas y todo lo que te joda a tí.
Cuando jugaba a las chapas y al hombre invisible,
ya me entrenaba para pensar en ti.
Llevo dos días con la mano en la bola del cambio
y voy en punto muerto.
Si me dicen que esta es una puta vida, me lo creo.
Si me dicen que tengo riesgo inminente de ser una minipimer,
y mis manos con ese temblor que seca las cosas.
Me lo creo.
Y me jode, creerlo, pero me lo creo.
Me jode que andes triste, medio desesperada.
Como si no vieras la salida.
Pero si te dan amor y no soy yo, me joderá más.
Todo lo que te joda a ti, me jode.
Llevo hace una semana un hormiguero en mi barriga
Que me jode y jode a más no joder.
OTRO DOMINGO DE FEBRERO.
con la cabeza dentro de un neceser buscando olores,
y una barra de labios, que había sido tuya, con un poquito de tus labios,
si la apretabas, de tus labios y, ahora a mis labios rojos pasión,
besándome a mi mismo, cerca de allí abajo.
Y aún así, la cama, incluso, enroscado un alo azulado.
Haciendo forma donde me cogías por las mañanas.
Incluso algún pelo que otro dentro de la aspiradora.
Y muchos pelos eran un rizo, también de allí abajo.
Uno muy rizado de allí abajo.
Me dio por ir a la amplitud del mar, era este domingo, 20 de febrero,
-El Elogio del Horizonte-.
Y en la hondonada no había ningún suicidio.
Pero encima del precipicio se amaban.
Y un chihuahua me lamió mi corazón, donde estaba la aorta.
Mentalmente destrozado, pelos, miasmas…
Tengo restos de ti en la muela del juicio final.
Una vez te abrí ahí atrás y te metí la lengua
y era tan tuyo y luego fue tan mío,
que ahora es un recuerdo de ti.
Y me amo con ese sabor tan tuyo, lo más tuyo que puede haber.
Y esa cosa que queda en las toallas, después de días.
Y en el píloro para siempre.
Y los besos perdidos que puede haber en el éter,
desde la primera natividad del señor.
Lo que aún pudo quedar por ahí abajo,
descuidado,
Quizás mentalmente destrozado.
Husmeando el bidet (la taza del vater fue ayer);
y donde estuvo tu ropa más íntima sin lavar.
Tú perfume está en todo, es como un rastro de gasolina súper,
Y aún,
si es que alguna vez vuelves,
a este hueco, tráeme el tabaco para fumar contigo.
Si te vuelves a marchar déjame tu piel
para meterme dentro.
Mentalmente destrozado.
Boca arriba, soñando que te sientas.
con lo de ahí abajo
sobre mi boca.
Quizás aún pueda recoger besos por las cavernas abisales,
para quedarme mentalmente menos destrozado.
18 DE FEBRERO.
Yo pretendí amargarme la vida con un yogurt,
y un poco de angostura, la televisión encendida.
Y todos aquellos moros con el culo hacía nosotros
-los gritos, las caras, leyendo manos abiertas-.
Y tú de pie fumando en la cocina
- mirabas como a la nada-.
Tan vertical, y las volutas.
El olor a tabaco y a ti.
Y la existencia.
Me besas y sabes a café. De fuera viene esa luz.
Venia esa luz de los visillos un difuminado color plomo.
En la tele, ahora, la bola del mundo,
agitándose,
y garbanzos hirviendo,
su vapor olía a garbanzos,
y se abría paso el cielo.
Levantarse sin conocerte apenas.
Arrimarme a ti: tú calor, sabor a café, olor a tabaco.
Y hablarte como si toda nuestra historia fuera eterna.
Estabas tú.
Lo imprescindible.
Y simplemente la existencia
16 DE FEBRERO.
Todo lo que tenga que venir ha de venir por si sólo, incluso la tristeza, y me disolveré por inclinadas sendas, por bosques y valles interminables, por montañas que tocan las nubes, y no seré nada, ni siquiera la más extraña de las soledades, ni la más trágica de las angustias, ni si quiera tendré una pizca de desesperación. Debo encontrarme disuelto para esperarte, tu disuelta a borbotones por la vertiente del camino hacía donde nunca puedan encontrarnos, así disueltos que es simplemente, sin significado: insípida, incolora, inodora; el agua que surge de la nada y que simplemente regresa a morir al mar.
OZONO EN FEBRERO
Mi singularidad consiste en vender ozonocizadores, mi jefe de zona me ha desplazado de las granjas de cerdos, de las grandes ponedoras, de las grandes cárceles de chinchillas hasta esta Avenida de Juan Ribera, y como tal me dispongo a ozonizar: bares, tiendas de ropa, tiendas de comestible,etc., y para ello llevo mi catálogo y un pequeño equipo demostrativo que si lo enchufas y pones en la boca te suelta (O_3) hasta el último rincón de tú cuerpo, incluso, purificando el más mínimo resquicio de tú alma.
Antes de esto llevaba una representación de un producto llamado Depuralina, que te depuraba los intestinos. Durante una semana, podías acudir al escusado ocho veces al día, y te depuraba y depuraba. Luego sentías aquella disposición tan raramente pulcra.
Excesivamente pulcra, porque muy en el fondo, para ser felices, debemos de llevar algo de mierda dentro de nosotros.
Lo mío es la depuración en el amplio sentido. Se exceptúa el alma, si el interesado quiere.
El caso es que no tengo estrategias comerciales (todo fluye anárquico), me dedico a esto por mera necesidad perentoria, y ahora mismo, que me la estoy sacudiendo en es este bar de mala muerte, me siento exquisitamente vanidoso, mientras me miro el pito, tan flacidamente arrugado, pidiéndole al sumo hacedor, que por lo menos, incluso el pito, me sirva aunque sólo sea para seguir meando tan pausadamente.
Dejo esto aquí, por si algunos de ustedes tienen algo que ozonizar.
14 DE FEBRERO.
Qué más da.
Yo siempre le regalé una cubertería.
Otras veces un juego de posa vasos de marfil.
Eso sí,
Hacíamos el amor hasta las tres de la mañana,
No nos parábamos,
Ni cuando llegaba el camión del contenedor de los vidrios
Y se caían todas las estrellas sobre el fondo de un camión de la basura.
No había flores, pero no había silencios.
La amaba por san Valentín como si san Valentín
Me agarrase sujetándome o empujándome por el culo,
Aguantaba,
De esa forma,
Pero al final era a puñados,
Exhausto de tanto remar y remar.
Luego fueron dos juegos de café.
Y experimentamos por donde se pudre la vida,
Y san Valentín bajaba, me empujaba
Una y otra vez
Como si el amor fuera eso, cosa de un día.
Solo o a puñados,
Amándonos desesperadamente porque el amor es así
Y por San Valentín da mucho más gusto.
13 DE FEBRERO.
El caso es que marcharse es olvidarse, despedirse es decir que quizás nunca nos vuelvan a ver, incluso desde la cercanía más inmediata. Darse la mano o un beso, acaso, es llevar un poco de calor o una sensación de la persona que amas. Pero el resultado es el mismo, marcharse es como olvidarse de lo inmediato que amas. Es preguntarse, cuando aún te queda esa leve sensación, si la volverás otra vez a ver.
11 DE FEBRERO Y EL MAR.
Por cada rayita el destino escrito de un hombre de una mujer, sólo el destino.
Y había palomas, escolleras, crepúsculos;
y en los pantalanes amarrados barquitos de velas blancas;
y gaviotas que se querían caer pero no caían, esplendorosas,
surcando zigzagueantes los radios de la gran rueda.
La gran rueda estaba hecha de tornillos, cojinetes,
remaches perforando en grandes perfiles de acero.
Y había pañuelos agitados, tendales blandiéndose perezosos, y manos apretadas.
Y por donde el mar no quería agitarse, era todo difuminado cielo;
una balsa, lisa, trasparente, que llegaba hasta el infinito,
con colores extrañamente diferentes.
Y la ruleta giraba, y hacía aquel ruido que era el viento.
Si formas parte de la ruleta, tú número está allí, en un amanecer, en un atardecer,
o en pleno cielo estrellado. Es aleatoria. Gira y gira con sus colores,
siempre dando vueltas.
Formas parte de este juego,
-algunos hipócritas lo llaman el destino-.
Y se afanan por describirlo, incluso,
cobran por decir lo que sólo es un supuesto.
Yo te llevaba cogida de la mano, no nos importaba la rueda, íbamos de la mano.
Tejían redes, los gatos husmeaban, y para ser sinceramente exactos,
sonaba un acordeón que en los muelles, si ya atardece,
es como vaporosa incertidumbre, como un lamento.
Pero no temíamos al mundo:
Íbamos
Cogidos
De
La mano
Una vez las hubo: gaviotas de colores, pero era el sol, las gaviotas eran blancas.
Y hubo pescado dispuesto en cajas de madera enseñando sus lomos de plata, muertos.
Y hubo varios marineros vestidos de hombre con caras llenas arados surcos.
Y manos pobladas de heridas abiertas por la sal.
Coincidía aquel día que también íbamos cogidos.
Y el acordeón habaneaba como si fueran palabras de otros tiempos, y daban pena.
Y la gran rueda dio aquella vuelta, la vi de lejos, y dispuso tú número,
en un imprevisto, así muy al instante.
-Fue una gran casualidad entre todas las casualidades-.
Yo vuelvo ahora por este muelle el sol es una herida roja, no hay otra cosa:
Suena el acordeón, se tejen las redes, hay hombres con los músculos cansados,
otros peces del color del oro,
con el lomo vuelto. Yo llevo mi brazo estirado, la mano abierta;
voy caminando despacio sobre las piedras del malecón,
-con el corazón a medias, palpitando a saltos o casi sin palpitar-
esperando sentir un leve roce,
dialogando conmigo mismo;
y me digo,
y me pienso:
que no sea la brisa,
que no sea un presentimiento,
que no sea la nada.
Que sea su mano que llega desde lo más profundo del mar.
FEBRERO Y LA TORMENTA
Y yo me decía, me dará tiempo aún, me dará tiempo aún. Pero cuando llegué al fin de la cuesta el agua era un gran río de coletas y coletas que arrastraban las raíces y la vida del maíz al fondo de la carretera, sin poder hacer nada, solo llorar sin saber si lo que caía por mis pómulos era todo el trabajo del año o todas las lágrimas de la tristeza del mundo.
JUEVES 10 DE FEBRERO: SERIE, TE QUIEROS.
Elucubraba sobre el amor. Su especialidad era decir te quieros, pero también se quería a si mismo, y hablaba de sueños, realidades, futuros y otras sandeces. Era un perfecto caballero de corazón con puntillitas y llevaba un clic en el perineo para los momentos de apuro.
Un día, sofocado de amor, propuso una cita a ciegas y bajó de su colina. Eran aquellas emociones de las máscaras con caretas venecianas. Mandó que cubrieran el cielo de febrero de rojos, púrpuras y violetas, y que en la cafetería pusieran alfombras rojas, doradas barandillas, y cúmulos de flores.
Y esperó allí mirando la hora sobre las manecillas de su corazón: impecable, ardiente con un café, un poco de azúcar y una chocolatina con rastros rosas de fresa.
Estaba de espaldas a la entrada desde el mundo. Curvado su cuerpo, su melena cana, su coronilla de fraile sobre su cabeza, oliendo a un poco de perfume por las partes blandas y por donde el pecho respiraba de tanto amor.
Era la tercera silla desde la puerta y una chaqueta beis.
Ella entró tan leve como un ciempiés, cien patas silenciosas agitándose en el umbral de la puerta, tres pasos eran trecientos pasos, y nada más. Lo buscó con la mirada: espaldas anchas y encorvadas, coronilla de fraile, café con leche, sobre un taburete una chaqueta beis, y su alma trasparente repleta de te quieros de lunes, de te quieros de martes, te quieros de miércoles, y todo el santoral repleto de te quieros.
-Quién sino.
Ella se dijo a Ella misma, no tengo la menor duda. Y fue media vuelta de ciempiés, diez pasos eran mil pasos, veinte pasos eran dos mil, eso sólo era media vuelta y luego toda la avenida; millones de pasos de ciempiés a buena marcha.
Y el hombre árbol que supuso que llevaba allí toda la vida, tuvo que poner la mano sobre su corazón para saber la hora, y contó mil doscientos ochenta latidos desplazados en retraso, y se dijo, ya es muy tarde, nunca supuse que vendría, cogió su chaqueta, todo su estiércol, toda su tierra y se marchó a su colina a mirar extasiado para hacerle un poema al cuarto creciente de la luna.
Hubo una vez un hombre, no sé si lo sabes, hecho de algo de estiércol, algo de árbol y el resto de tierra marrón y negra que vivía sobre una colina y no paraba de decir te quieros..
FEBRERO Y LOS ORICIOS.
A mi la playa de Porcia cuando estaba la marea baja me parecía algo de paisaje marciano, con aquella cantidad de roquedales tan anárquicos que sobresalían con la marea baja, rodeados de arena que era de un color pardo apagado, algo oscura, y muy maciza. Aquel domingo de febrero llevábamos bocadillos de tortilla y una buena bota de vino, y dos sacos de arpillera de aquellos que venían con las patatas cosecheras de Álava. La mañana era inmensamente azul y como estaba el mar con aquel color claro si mirabas al horizonte casi no se distinguía donde empezaba el mar y donde acababa el cielo.
Cuando empezamos a rastrear los roquedales Neto y yo íbamos delante, y Padrino un poco más atrás echando pestes por los que dejábamos por recoger, el oleaje no era intenso y cuando bajamos una quebradilla muy escarpada lo vimos allí flotando, con la cara hacía arriba de un blanco que asustaba, no tenía manos ni pies y su cabeza medio carcomida se agitaba al vaivén de las holas. Neto me miró sin decir palabra, y yo grité muy asustado: Padrino, ven; aquí hay un hombre muerto detrás de las rocas.
FEBRERO Y LA MARIPOSA.
Sabes.
No podría enumerarte cuantas mariposas mueren todos los años en las cocinas de las casas, cuando es de noche y afloran los reproches, y una mariposa del verano entra confundida en una noche fría del invierno.
S DE FEBRERO.
(El hijo fue luego cabo de la forestal, y repoblador de pinos donceles)
Una vez en el monte hubo rojos escondidos que chupaban la sangre a los niños de la escuela. Y siempre pasaban dos guardias civiles con aquellas capas verdes y el gorro de color betún, y yo cuando los veía lejos corría a esconderme como cuando tiraban voladores.
Una vez vino un entierro. Desde lejos veíamos las tres cruces el cura y la caja brillante.
Y cuando iba a pasar por delante cerrábamos todas las contraventanas para que el alma del muerto no se quedase en nuestra casa. Hay quien dice que se ponían a tomar café y orujo. Vete tú a saber.
Pero El Gran Zeppelín si que es cierto que llevaba una cruz gamada.
FEBRERO Y EL AIRE.
EN FEBRERO, OTROS DÍAS.
En febrero de otros años que fueron tan fríos como este, al cabo de dos vueltas y otra vuelta más, subíamos a las tapias del cementerio, atraídos por el humo que destrozaba vestigios humanos. La primera tarde (de la vida) que asomados los ojos por el mismo borde de un resalte de la cubierta de los nichos, allí acurrucados, sentí el ruido de la madera arrastrase, deshechas las tablas, y vi esqueléticos los pies cubiertos de andrajos, luego las tibias, luego las manos, luego el tronco, y en el pecho un medallón colgando, y la calavera que se reía de mí, y que me miraba con sus cavernas de los ojos abiertas.Esto fue una vez en febrero (de la vida), no recuerdo el año, y, aunque era un niño, aquel día empecé a crecer sobre la tierra.
FEBRERO
Teníamos una máquina de coser Singer de color negro. La veía doblada con aquella barriguita sobre una plataforma brillante de caoba. Bordaba filigranas de colores. Había una radio Invicta, un teléfono de manivela con un timbre que limpiábamos con sidol. Una vez llamaron de muy lejos y el teléfono quedaba descolgado con aquella voz interrogante.
Y teníamos un sifón de self que cogiamos por las narices.
AMORES DE FEBRERO.
y febrero mucho más mes.
Hubo una tarde en que mi Joan me recibió en mocasines, abierto el pecho,
diciéndome mátame aquí si ya no te quiero.
A destiempo,
arrimados al quiosco de la música, tocaban unos Rumanos bésame mucho,
y mi Joan me agarraba bebiéndome con su boca,
y bailábamos tras la ventana tan apretados,
que entre nosotros no intentaba ni entrar el aire.
Mi Joan vestía de ante y acababa en unos zapatos afilados en forma de pico de luna.
Y me dijo aquello, otra vez, su pecho abierto:
-la mano sobre el corazón-,
mátame si ya no me quieres.
Vino una vez mi Joan, y olía a ginebra, y traía rizos.
Volvían a tocar bésame mucho, era la misma hora, en otro momento;
pero otra vez en su mismo pecho sus cinco dedos.
Y estuvimos juntos varios instantes, el y yo y unos lirios de plástico, escondidos tras la penumbra de la ventana.
Y yo sabía que me mentía.
Me abracé a él, mi Joan me amaba según su rito, y era muy hombre.
Y febrero mucho más mes que otros meses.
Siempre me decía:
escalaría el balcón para venir a verte.
Aquella vez no tuvo más tiempo para mentir en este mundo de los vivos.
Y donde tenía sus dedos señalando, le puse una navaja con la hoja abierta.
Es de esos días en que no puedes soportarlo.
Traía otros aromas,
y aquel olor a zorra dentro de sus ojos.
EL CLAUSTRO.
Cuando ya estaba mucho más allá de donde las casas se terminaban observé un servicio de urinarios municipales totalmente pulcro, muy hermético, pintado de azul, lleno de anuncios publicitarios. Digo hermético en el amplio sentido de su apariencia externa, y lo digo porque, por supuesto, no tenía ni una triste ventanita, sólo en su techo se le adivinaba una salida de ventilación, supongo asistida automáticamente cuando se abría la puerta y entrabas en su interior. Quiero decir que cuando lo pasé no llevaba ningún tipo de apretura, tan sólo se me vino a la cabeza aquella fábula llamada La Cabina que protagonizaba el extraordinario José Luís López Vázquez y que quizás nos trataba de mostrar una imagen abstracta de aquella época, digamos, tan peculiar .A unos pasos traspasados de la dichosa cabina de baño, se me vino a la cabeza la agitada imaginación que tenemos los claustrofóbicos, que aún sin pasarnos el hecho desencadenante de quedarnos encerrados, ya presentimos la consecuencia consumada y nos llenamos de escalofríos angustiosos.
Pues eso.
Me vino aquella desazón.
Había pasado por allí, había sentido aquellos horrorosos golpes en la puerta, y había vuelto la cabeza. Sentía que desesperadamente desde dentro me llamaban por mi nombre, y que yo era a la vez el que llamaba. Mis voces eran apagadas, apenas perceptibles, mi cara escuálida sentado sobre la taza del inodoro de acero inoxidable, en la más plena oscuridad, metido allí desde hacía días en un extraído de una ciudad que estaba situada a varios kilómetros; y por la que sólo había un paseante que era yo. Presa del pánico, seguí caminando apurando el paso, tratando, en una alegoría imposible, de olvidarme de mi mismo que suplicaba, y suplicaba desesperado desde dentro de aquel váter que era mi propia cabeza.
Comentarios
Existo, si...aunque de otra forma.:)