CASA DE ANYOTE.


A las mazmorras de la Casa de Anyote bajó el galeno Remigio Cenci por orden del Alto Tribunal. Era una escalera empinada con dos vueltas de caracol y escalones resbaladizos de piazarra. Allí abajo la humedad rezumaba por las paredes de un sótano con una pequeña ventanita al ras de la calle; el techo estaba apuntalado por postes de roble arriostrados entre sí por puntales cruzados. La mujer estaba en la esquina, acostada en cuclillas sobre un saco de estopa. El galeno se acercó a ella sorteando los postes, se agachó y le hizo varias peguntas, pero ella no contestaba nada, le tomó el pulso y la palpó por la espalda y el vientre, luego le miró los ojos levantándole la cabeza hacia la escasa claridad que entraba. La dejó allí tirada. El informe de Remigio Cenci fue conciso: -La bruja es joven aún, y aunque está embarazada, tiene suficiente salud para aguantar los tormentos- , y así lo escribió en el documento que entregó al ujier.A los dos días la sacaron arrastras por la escalera del caracol, y la llevaron a un salón extenso, oscuro, por lo que no se veían bien las caras, herméticamente cerrado para impedir que los gritos resonasen fuera. La arrodillaron allí y le leyeron la sentencia. A duras penas pudieron ponerla sobre el caballete. Allí permaneció cinco minutos interminables, hasta que por el pasillo superior sonaron sobre las repisas del suelo los pasos de los tres consejeros del parlamento para interrogarla. Ella estaba allí acostada, las piernas y brazos atadas a los extremos de las patas del caballete. Y así empezó todo; a cada pregunta una presilla con tornillo en punta apretaba su endeble pantorrilla contra la tibia hasta desgarrarle las carnes. No aguantó mucho. Pronto subió una espuma sangrienta hacia sus labios, y el sudor frió de la agonía se veía en sus ojos. No pudo hablar de cómplices, ni de maleficios, y mucho menos de cuando y dónde había vendido su alma al diablo. Cuando doblo la cabeza, fuera de la Casa de Anyote ya era de noche. Una luna gigante se reflejaba sobre algunos charcos del empedrado. Delante de la Casa se había parado un carro tirado por bueyes con dos hombres sentados y las manos atadas atrás. Sus ojos llenos de sufrimiento parecían los del mismo demonio.

Comentarios

Anita Noire ha dicho que…
Ufff! madre mía, tendría que haberlo leido por la mañana, creo que voy a tener sueños. Feliz noche.
Delia Díaz ha dicho que…
no pude evitarlo, sabes que me fascina pero, aquí, me fascinó leerlo, independientemente

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