QUEDA TODA LA NOCHE.


Marona bajaba al gallinero y acorralaba a las pitas y les iba metiendo el dedo por el culo, la que tenía cerca membrana dura la dejaba en el cobertizo de losas de pizarra del gallinero, las otras iban para la cuadra a comerles tábanos dormidos a las vacas. Para la jineta ponía trozos de cuerda en los agujeros grandes del mallado. En las paredes de la cuadra retacaba con papeles de periódico las grietas para que no entrase la brisa fresca de la mañana. Luego se marchaba carretera adelante con las dos lecheras. Por allí, por atrás, quedaban los castaños llenos de erizos como un túnel que se iba cerrando. La noche se plegaba detrás por algún sortilegio extraño de las almas.

Marona caminaba despacio, hinchado el vientre. Las piernas zampeando levemente curvas.

Había santa compaña reuniéndose en los tejos de la iglesia. Velas prendidas y luciérnagas de luz verde moviéndose como ventisca. Campanas imperceptibles rozando desde lejos. Un eco de bronce desgastado.

Las coruxas iban con Marona. La Fontía caía en torrentes de agua que eran cristalinos de día. Por la noche rugían los chorreones, resollaba el agua y la espuma casi invisible era mucho más bella.

Había entrado una ardilla en un nidal de raitanes. En el otro lado del caroco los pardillos se escondían llenos de miedo. Husmeaban pelos de hocico. Dientes largos. Se moría por la noche mientras Marona posaba las cantaras en el suelo y el alivio subía por sus cansados brazos.

Amaranta la de Nito estaba sobre un somier de hojas de mazorca al vaivén y al ven y va. La follaba Tino el Cuco agarrándola por los pelos con un pie abajo. Había acertado de cuajo. Amaranta gritaba pero no le valía gritar. Tino entraba con ganas a morrazos y a Amaranta le dolía el coño con las bragas de lado a medio quitar, y a Tino le olía el aliento a coñac de garrafón, y las manos, manchadas de alquitrán, a naftalinas de la Pista del Gumio.

Porfirio ya asomaba como espíritu abobado dentro del coño de Amaranta en forma de pompa azulada. Lo habían vomitado los primeros muertos.

Se estaba criando Porfirio entre la hojarasca de mazorcas cuando se corrió Tino estirando mucho la pierna. Porfirio vino con una bandada de azores y cuervos despertados por un mal influjo de la noche, con un pie torcido y una mueca en la cara. Desde aquella noche Porfirio se rió siempre, riojoso, enseñando los dientes por el labio de arriba que se hacía el mal tapado.

Si mirabas al cielo era un rayón de vía láctea, hasta donde podían llegar los ojos. Y chirriaban las cigarras, los murciélagos se aventaban en hileras persiguiéndose, y como no había luna no había sombras, solo la de los muertos procesionando entre los varales y los tejos, soltando en los alientos niños mal follados.

Ultramarinos Pantanas, con tres bombillas tintadas de colores próximas a estallar, cogidas con alfileres, robando a la acometida. De dentro salían voces de mozos. El maíz de al lado en la Rona tironeaba sonidos extraños con la brisa ligera. Entre el maíz había un Dios que movía los tallos, alrededor de los tallos se enroscaban plantas de guisantes, sobre las hojas de corazón andaban con las alas plegadas las mariquitas llenas de puntos negros dibujados por los niños.

Resonaba Adolfo. Cuando Marona iba llegando a una casa blanca con una bombilla amarilla, que debajo de un plato se movía hacía los lados o dando vueltas como una bambalina de la virgen del Carmen. Marona con sus cantaras de leche como una gigante proyectada sobre la pared a lo cinema. Y Adolfo hablando a las juventudes nacional socialistas, resonando, resoplando a través de las ondas.

Olía a salmuera y a detritus por la cuneta.
Los jabalís bajaban a comer pulpa de uva destilada.
Olía a patatas bajadas del desván podridas y blancas de musgo.
Olía todo: las bocas de los hombres las bocas de las mujeres las bocas de los animales.
Aullaban perros casi lobos con los ojos saltones y heridos.
Casi abierto de par en par el alma de lo que tuviesen alma.
Olían las almas en carne viva.

En ultramarinos Pantanas seis máuser arrimados sin la bayoneta y zamarras de cuero sobre un banco de pileta. Descansaban.

Invitaban los guardas de vuelta de adivinar ojos de maquis por la sierra de la Andora.
Olía a sebo y a cuero; a Ratidin, un insecticida que mataba pulgones a los humanos.
Los culos olían a zotal. La moscas colgaban pegadas sobre una hélice de papel venenoso.
Las bocas estaban llenas de salmuera.
Sobre la puerta de entrada de Pantanas había una bombilla de chapa que ponías Osram, agitándose perezosa.

Los mozos que habían quedado vivos festeaban.

Agarrában los arenques por la cola y les daban golpes por el lomo por un lado y por el otro. Por un lado dos o tres veces y por el otro otro tanto. Cada uno con un arenque dando golpes de un lado a otro por toda la cantina. Alguno salía a la puerta de la calle y les daba contra la pared con la misma secuencia. Los arenques venían en unas cajas en forma de tambor ordenados con las cabezas hacía el borde, aplastados, y olían mucho a rancio y a muerto. Bebían vino negrón y los abrían con los dedos llenos de sabia de hierba.

La radio Invicta estaba a dos palmos del tambor de los arenques. Una cesta de mimbre llena de chanclos de goma los separaba. Aparicio le dio media vuelta al mando dorado de la radio y tardaron casi dos minutos en encenderse las lamparitas, se veían a través de una lonilla transparente por la parte de abajo del dial .Allí dentro era como si los edificios de una ciudad se fueran encendiendo por la noche.

Coincidió hablando Adolfo. Otras veces había música de Glenn Miller

Iba en la barriga de mi madre a eso de las diez de la noche. No hay un tiempo para lo que cuento. Pudo haber sucedido en un verano del cuarenta y dos.
Mi madre llevaba dos cantaras de leche.
La radio no se callaba, era el rugido de Adolfo
Los juereles dentro del tambor en su última vuelta.
Y la vía Láctea a lo largo, no sé como deciros, muy difuminada entre muchas estrellas diminutas.
No sé qué día de la semana era.
Quedaba toda la noche.

Comentarios

Poma ha dicho que…
Hasta te cojo cariño, cuando leo textos como este.
:)

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