TÚ LO LLEVAS.

Nunca he visto que los techos detengan los sonidos. Los techos vibran.
Ni los gritos que has dado, cobijado, aturdido, bajo la sombra de la noche.
Los que diste angustiado a pleno día perdido en un cruce de caminos.
Todos. Incluido los tenues gritos.
Han huido. En no se que atmósfera diluidos.
Los gritos de dolor, de amor, todos los gritos. Todos.
Y el grito que en otro tiempo hizo tu mundo más estrecho y obsesivo.
Los gritos que te humillaron enfrentados a tu rostro.
Imperantes y mojados de saliva. Han transcendido al cosmos,
mucho más lejos que tú techo. No se han perdido.
Son eternos.
Están ahí. No hay marcas escondidas. Ni rastros. No hay nada.
No erosionan. Están Ahí.
Y si acaso aún te estremeces por aquel grito desolado que te dieron.
Por aquel otro que te hizo dar la vuelta.
Y aquel otro que fue como una herida inesperada.
Entonces.
Es que tú llamas al grito que recuerdas. Lo llamas, y te estremeces.
El grito resuena en ti.
Y se repite.
En ese caso.
El grito de los gritos que te dieron nunca muere.
Ya forma parte de tú alma.
Tú eres el grito, tú lo soportas y tú lo llevas.
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