ME ATAS A LA VIDA.



No sé si es al amanecer o antes del amanecer. Existe el silencio. El silencio no sé si existe del todo, o lo que es en realidad el silencio. Un reloj de pared va y viene. Cruje un mueble. Algo en equilibrio inestable se ha ganado el equilibrio indiferente. Si eso ha ocurrido, algo ha vibrado. Algún mueble se dobla levemente. Luego los sonidos lejanos que entran por la ventana entreabierta. Hay un momento en que en la calle no pasa nada. Entra un siseo de brisa, los visillos son un péndulo. Y el ruido de la ciudad (fuera) es como un motor encendido. Un perro ladrando es lo más inmediato que oigo. Y de indiferente a estable, por una extraña casualidad, un pequeño platito cerámico se hace añicos y se disgrega.

Debo tener unos siete años. Debo tener sesenta años. Debo tener mil años.
Debo tener un segundo.
Quizás no exista.

Te molesta mi calor. Han cerrado una puerta suavemente y el aire está aquí, empujándose.

Mi calor contra tú espalda. Apenas si respiras.

Llevo aquí una centésima de segundo, o llevo aquí tres mil millones de años. O nunca estuve aquí.

Me oigo en tu espalda.

Estás ahí. Siento tu corazón.
Me atas a la vida.

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