BABOSAS.




Dame goce. Ábrete. Déjame poner la boca ahí.
De alguna forma dejamos un rastro inacabado, por nuestra ansia de proseguir..
Desde un libro de aventuras me vino un sueño solitario y animal.
Hincamela de rodillas, nadie acecha. Tus ojos de loco en el último impulso.
Hay un lugar donde escrutan miles de gusanos, no te quedes quieto.
 
Me dice la abuela Nora: vete por la pita parda al gallinero hoy hacemos caldo para el abuelo. Cuando bajas al gallinero por noviembre todo lo encuentras lleno de babosas y caracoles, es como si subieran del cementerio, trepan por las piedras y brilla su camino. En el gallinero hay doce pitas y dos gallos, el kiriko es pequeño pero chulo, camina así, altivo, y ojea malo. La parda tiene el culo pelado y se le ve la natura como si fuera un mal beso -con boca cerrada-, de un enemigo.

A mi me da pena matar las pitas al estilo onda, cogerlas por la cabeza y darles vueltas, yo a las pitas no las mato así, me da canguela, sufren mucho, y la parda daba lástima por lo vieja. Tú ya sabes que por donde sale un huevo entra un nabo. Rodee varias vueltas de guirigay para coger a la parda y le cayeron muchas plumas de las alas, pero cuando la tuve allí saqué la navaja y me bajé la bragueta, cogiéndole las patas se la metí de una sola vez , acertando a la primera, y de un tajo le arrebane la cabeza – a las pitas si les arrodajas la cabeza aún pueden caminar casi veinte metros- así que le solté las patas y se movió como una peonza con la polla bien metida dentro, al minuto se quedó quieta, tuve que apretarla más y le llegó hasta gaznate, y me vino el gusto, a lo justo; y lo lleva dentro para sustancia.

Cuando subí la abuela estaba con el caldero y agua hirviendo y me vio las perneras llenas de sangre; extrañada me preguntó, sin en vez de haber matado a una pita había desollado un cerdo.

Las babosas siguen lentas y dan vueltas no saben a donde suben, en el tejado de pizarra se refleja un sol tenue, y para las babosas empieza el desierto y la misma muerte.

Después del gusto me escocía.

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