SEGUNDOS POR SALTAR.


-Cómo hacer que hoy un recuerdo sea una ilusión.
-En ese instante en que  cada uno de nosotros aprendemos a caminar dicen que una garza blanca agita sus alas entre los juncos  del río Zambeze para aprender a volar.
Yo no tenía una edad conveniente, si hubiera andado a gatas me hubiera desplazado lo mismo. Conveniente en el sentido de lo oportuno, en ese instante en que por una vez,
levanté mis manos, y luego pude desencorvar  mi débil cuello para mirar al cielo.
Una primera vez me desplazaba, y había un hueco de espacio entre mis piernas,
un primer espacio para sonreír por un fenómeno  imposible, de ver lo de atrás,
otro lugar al que volver a visitar, tan inmediato, y no olvidarlo, tenerlo es los recuerdos.
De otra forma no podría ser, que todo se hubiera movido, un poco de aire tan sólo,
tan ínfimo soplo aplastándolo todo, todo el aire por mi leve movimiento.
(He de decir lo que alguien dijo, lo de la mariposa del invierno con sus alas muy anchas, agitándose).
Y los colores no eran tan iguales, parecían unidos por la misma ley difuminada y progresiva.
(He de decir que tampoco recuerdo cuándo mis ojos inventaron los colores que nunca estuvieron en las cosas, ponerle a cada cosa su color, fue un  increíble trabajo).
No eran igualmente percibidos, los colores.
Dadas las circunstancias, apenas un poco de cuerpo, y en el cuerpo,
un poco de piernas, un poco de brazos, y en los ojos,
una ansiedad  vertiginosa por la ingravidez del movimiento,
por lo inesperado de verme erguido, también, erguido y desafiante, cazador  y presa, dispuesto para agazaparme.

Me habían dejado sólo y sólo por arrogancia, sobre  tres azulejos de colores.
Me habían proporcionado la libertad de mover las piernas en equilibrio indiferente.
Apenas un leve palmo, en el sentido de lo primigenio y diminuto.

Tan fundamental, casi impulsado hacía unos brazos abiertos como alas con plumaje carmesí de piel de ave del paraíso.
En otra dimensión extraña.
El sonido de un corazón sobre mis oídos, siempre aquel corazón desde el principio.
(He de decir que nunca recordaremos cuándo sucedió la percepción de los latidos, pero hubo uno).
Y el olor de Ella, jamás, en toda mi vida  desprendido de mi olor, siempre aquel olor
anunciándome su presencia,
que eran sólo tres pasos, a tres pasos sobre una diminuta senda.
Con la primera percepción del tiempo
sospechando
…que ya tendría que haber llegado a una estación en forma de regazo.

Luego surgió la voz, primero un gesto de la boca, donde después se pusieron los nombres de las cosas: lo más alto y lo más alto aún, lo más ancho, lo más grueso,
lo más lejano, lo cercano, lo dulce y lo más amargo, lo rojo y lo muy rojo, lo azul y lo blanco, las cosas, y todas las cosas, no he enumerado todo, la locura:  vino lo ausente, la ausencia, lo angustioso.
Y luego la mujer de los abrazos largos me enseñó lo contrario de lo que era malo.
La octava dimensión inapreciable que está en todo lo que nace y desea vivir.
Y me acariciaron una y otra vez esas cosas que son las manos, guantadas de amor que llegaban tan lentas como la luz que ya estaba en su sitio, porque  nunca se había ido de tan veloz en su regreso.
Sólo, lleno de soledad, me  dejaron llegar desde el primer camino.
(He de decir que nunca recordaremos muy bien cuándo fue esa ruta).
Ella, la que me estaba esperando.
Nada que añadir antes de avanzar.
Aún me quedaban millones de segundos por saltar.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No sé si es poema o prosa, pero engancha.
Excelente.
Noelia.
Argentina.

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