DE ESTE MUNDO.


Os diré una cosa, ya no orino. Mi prepucio está bajo el influjo de un nerviosismo incontrolado. Veamos también mi sudor, lo que se llama sudor frío. Y esa sensación en mi boca tan empalagosa de segregar saliva muy abundante. Debo de decir que tengo muchos puntos débiles. Son dos días entre estas cuatro paredes, sin explicarme como he podido precipitarme dentro de mi propia trampa.

...la cuna estaba allí en la segunda planta. Abajo el ganado salía hacía la Ribera pisando la escarcha. Y yo estaba atado, completamente arropado debajo de un manta blanca de lana. Y mi hermanita tiraba de la cuerda, y el balancín de la cuna iba y venía cada vez más fuerte, hasta que dio una vuelta y me quedé allí debajo buscando el aire.
No deseo ir más hacía atrás en el tiempo. Me horroriza. Pero puedo imaginarlo.
Estoy con la cabeza contra la blandura de su pelvis, no sé en que postura, mi boca lleva aplastada muchos instantes; las manos que me arrastraron a través de la vagina son muy rugosas y poco avezadas, y es como si no quisiera salir hacía este mundo, o hubiera tardado demasiado. De ahí me puede venir esa tendencia a huir  de las oquedades, a meditar siempre que haya un punto de fuga, que me haga soportar esta grave claustrofobia que no me deja vivir.
Él está sentado delante de mí, y es lo que me sugiere, un parto difícil, una matrona de pueblo que hace las cosas a su modo. O aquella costumbre antigua de atar la ropa de la cuna con bramante grueso para que el niño no se destape en época de labranza, cuando falta el tiempo para estar pendiente. Trata de explicarme el motivo desencadenante de la aversión a los espacios cerrados, el pánico que me produce la incontrolable sensación de ahogo, y como este efecto es el iniciador del miedo. Me dice aquello de que la angustia es como una emoción, con dos componentes estrechamente vinculados: el psíquico y el somático; con esa sensación de que algo desagradable va a ocurrir, lo que se denomina, según él: expectación ansiosa. Usted lo que experimenta es un malestar indefinido, un desasosiego, vivencias amenazantes, inseguridad, temor ante algún acontecimiento peligroso que no se puede explicar claramente, adoptándose una actitud de vigilancia y alerta continuadas. Su expectación ansiosa está desencadenada por el miedo que el recuerdo claustrofóbico pueda desencadenar en usted, un suceso incontrolado de pánico. Todo esto es un bucle, un miedo trae otro. Y tenemos que acabar con ello –prosiguió, con aquella perorata imperante que a mi no me convencía-. Y vamos a acabar ahora. Usted se va a venir conmigo al ascensor de este edifico, es amplio, no tiene que tener miedo, yo le acompañaré en todo momento, nunca estará sólo.

Cuando me dijo aquello un sudor frío ascendió desde mi dedo gordo del pie hasta el último pelo de mi cabeza. Debía negarme, tenía que negarme. Ya sentía la sensación de pánico. Él lo debía  ver como un hecho normal en mis ojos mucho más abiertos.
Acompáñeme- me dijo-. Se levantó, tocado con su bata blanca, y vino hacía mí, pasándome la mano por el hombro en un gesto que parecía tranquilizarme. Atravesamos el pasillo, saliendo al rellano. Notaba aquel sudor frío que recorría mi cuerpo; era como si bajo mis brazos empezaran a descender goterones de sudor. Tocó uno de los ascensores, y me empujó suavemente a su interior. Las puertas se cerraron lentamente. Y sin comerlo ni beberlo me vi allí, encerrado. Quizás él supuso mi miedo. Sentí su mano sobre mi hombro apretándome más fuerte, casi me hacía daño. Fue entonces cuando aquel pánico, ancestral, e indescriptible volvió a mí. Volvió a mi aquella sensación de faltarme el aire, respiraba y respiraba cada vez más fuerte, pero tenía la sensación de que mis pulmones se ahogaban, a ellos no llegaba nada, ni una pizca de aire. Me puse a gatas en el ascensor. Como un animal intentaba respirar por las rendijas de las puertas al ras del suelo, perdiendo totalmente el control de mí conducta, al mismo tiempo que pasaba a otra realidad no percibida.
Para aquellos momentos, Sr. Comisario, yo ya había perdido toda noción de identidad (“digéramoslo así”) no le puedo contar más, el pánico pudo conmigo, en estas situaciones, sabe usted, que la fuerza de un hombre adquiere proporciones inimaginables, uno se vuelve un animal, y posiblemente lo haya estrangulado; y mientras lo hacía, ni me haya dado cuenta.
Qué recuerdos le podría contar a usted, Sr Comisario, ya se los conté a él:...la cuna estaba allí en la segunda planta. Abajo el ganado salía hacía la Ribera pisando la escarcha. Y yo estaba atado, completamente arropado debajo de un zurcido de lana. Y mi hermanita tiraba de la cuerda....… y la luz que yo veía daba aquellos vuelcos, se entornaba y se abría, bajaba y subía entre la inercia de un tirón fuerte y la vuelta suave a la posición de vahído, surgido, devuelto desde mi estómago, como si desde aquel instante empezase a horrorizarme la soledad de este mundo.

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