EL BAR LA PARADA.


Aquel enanito -más pequeño  que los enanos-, a Pacita le gustaba. En el bar la Parada era la mofa, por lo tan enano, más pequeño que un enano, aún.

Se abría la puerta despacio y aparecía Mencio, con sus piernecitas encorvadas, y sin mirada. Para ver su mirada debías agacharte, e incluso, así, no conseguías saber de qué color tenía los ojos hundidos sobre unos pómulos prominentes mezclados con una boca de labios muy  amplios.

Al Ogro de Pacita le llamaban Ogro, mal encarado, como si oliese siempre de lado los perfumes sospechosos, con unas espaldas de acorazado, rapado estricto en su cabeza ovalada, y bíceps extraordinarios, muy tatuados de filigranas arabescas. De porte alto y amenazante. Te miraba a lo pit bull, y pedías de una sola vez un café sólo, sin confundirte. En Liliput ya sabéis, el doctor Lemuel era un Ogro, el monstruo de Tasmania. El bar la  parada un oasis en la general que atravesaba Blefescu.

Cuando llegaba Mencio, Pacita salía de la barra porque tenía miedo que lo pisase un camionero; lo llevaba hasta la mesa y lo sentaba sobre la silla que daba a una cristalera al lado de una máquina expendedora de tabaco. Alguna carcajada había cuando Mencio entraba; siempre había desconocidos en el bar de la Parada, que llevaban tiempo sin ver a un verdadero enano.

A Pacita le ayudaba una peruana a la que llamaban Queruba, de cara estrechita y pelo lacio, algo roja la frente, y ojos oblicuos y almendrados. Queruba y Pacita confidenciaban y algunas veces se reían del bulto del enanito, será posible tanto mondongo para tan poca cosa, a escala compartida, el Ogro tendría metro setenta y cinco de diferencia. Y Pacita le decía a Queruba aquel secreto del medio palmo de su marido -si había suerte de enervarlo-, y de lo irrisorio de sus envestidas que la llenaban a medias.

-Pacita le describía al Ogro con todo lujo de detalles.
-Quizás la peruana sabía de enanos y le aconsejaba a su vez.

Por San Silvestre estaba prohibido que circulasen cuatro ejes, circulaban domingueros para llegar a la Noche Vieja; y al lado de la máquina del tabaco había guirnaldas y lucecitas chinas de colores, y un Papá Noel que daba vueltas y decía musiquillas de campanas. El Ogro se había quedado rastreando en la cama algo de paciencia, y a Pacita le dio por sentarse delante del enano y entonces le vio los ojos de color castaño muy grandes y profundos. Cuando lo subió a la silla, por un descuido su mano notó la descomunal verga, y luego apreció su sonrisa, y entre toda aquella sensación estrenada, verle la cara al enano era como mirar el mar de anochecida: sin aire, tan callado el mar que impresiona. La cara del enano era de pastorcito y marinero a la vez, ideal para nacimientos.

En la Parada, por las mañana, todo sabía a café y por la barra porras con nata dentro y coñac con un olor a rastro de medicina, y si la peruana amasaba pan casero subía como un sopor de calores y levadura del sótano. El enano tomaba el café y mojaba las porras con ansia al masticar, su boca se llenaba de muecas y se le ponía cara de payaso, mientras de la comisura de sus labios inflados caían gotitas de café y granitos de azúcar.

Pacita se quitó una babucha de pico árabe y le dio por extender el pie para poder tocar las piernecitas del enano, como en una broma para niños, y notó las piernecitas y otra vez aquel bulto descomunal que casi le llegaba a la nuez del pescuezo; pero no le dio por seguir; al enanito se le cambiaba el gesto de los ojos a un figurado intenso brillante.

El Ogro se marchó a la pesca de vara (a por truchas), el día de los Santos Inocentes, temprano, porque no solía estar el guardia de Prelo en la arremolinada de la presa del Gumio. La peruana había acabado de sacar treinta riches de pan y dos empanadas de conejo y una de carne guisada. Estuvo cortándolas en porciones sobre la barra. Pacita ponía copas de sol y sombra y miraba por entre los cortinones de la cristalera que daba al aparcamiento. Pronto vio subir al enano por las escaleras, casi a gatas, a la vivienda de arriba, y empezó a secarse las manos disimulando la impaciencia.

Si tienes unos brazos como los de Paquita y unas espaldas de mujer hecha de una vez, y unas tetas que miraban al suelo porque eran grandes, a los enanos te los follas, sin más, al estilo botijo, de otra forma es imposible. Cuando entró quitándose el mandilón Mencio ya había trepado sobre una silla de mimbre en el trastero donde se guardaban licores y manteles, y cuando la vio empezó a bajarse los pantaloncitos y como unas bragas de niña de color azul oscuro. Pacita vio levantarse aquella verga descomunal como si hubiera salido de la nada, inusual la escala para un cuerpo tan desvalido, el glande era coloradito como una manzana de reineta con estrías, y por el empeine no se caería una gota de agua hacia los lados de lo cantimpalo que era el mango. Era de seguro que si defecaba un tiempo sobre la hojarasca se le subirían las hormigas.

No desvariaban, gemía Paquita agitando al enano como si fuera una prótesis o un consolador de porcelana, agitaba al enano hacia dentro y hacía fuera, y según le entraba el gusto, más grande era el ritmo, estaban mismamente de pie, aunque antes le dio por ponérselo encima pero el enanito estaba fuera de maniobra, así que apremiaba aquello que ya le bajaba desde la médula, y lo cogió así, como un botijo, hasta que logró correrse ella varias veces y el enano mareado.

No había sábanas blancas, sólo una ténue luz mortecina a través de una claraboya.
Al final del día de los Santos Inocentes En el bar la Parada olía a truchas fritas repletas de jamón por el vientre..

Comentarios

Nieves Bruxina ha dicho que…
según iba leyendote, yo también iba agachándome para poder ver su mirada... me ha gustado mucho Pacita.
Y que risas me has ssacado también... jajaja
Placer leerte, señor Kenit :)
Anónimo ha dicho que…
Confirmo lo que este relato expresa.
Los enanos la tenemos larga y gruesa, y aguantamos mucho, ponle 30 minutos a tope. Si alguno tiene dudas que me acerque su mujer, amante, querida, hermana, prima, se las dejaré de buen ver. Y si se me trata como esta expléndidfa señora, mucho mejor.
Aquirrezabalaga. Un Enano de San Sebastian. Te leo amenudo, y me gustas. Hoy no he podido aguantarme sin ponerte algo.
La abuela frescotona ha dicho que…
he reído con tu escrito de hoy, muestra que en la viña del Señor hay para todos los gustos...
saludos Kenit

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