ESTE LADO TAN ANGUSTIOSO.



El  cristal de un escaparate devuelve mis facciones amargas y desencajadas.
Son de esta vida a la que pertenezco.

Deponiendo, de esa forma en que se depone. No hay otra forma posible. Yo deponía orgulloso desde hacía media hora por lo ceremonioso del acto en si. Y desde fuera agitaban la puerta con un puño, con un pie también, a patadas de punta de pie y con el plano de la suela del zapato, luego se iban y llegaba otro. Tengo que decir que por la forma de llamar fueron varios. Acabé de deponer a las nueve y media de la noche. Puede que estuviese mucho más de media hora deponiendo. No lo sé a ciencia cierta. Muchas veces para deponer tengo que hacer esfuerzos sobrehumanos, y masajearme e introducirme el índice por los músculos retractores, y aún así, pienso que mi esfínter interno y la parte inmediata de mi intestino grueso es un chorizo de piedra de lo duro que parece. Al abrir la puerta fue una circunstancia extraña, olía a desinfectante y sólo estábamos yo y la señora de la limpieza. La señora de la limpieza no sabía si yo existía cuando abrí la puerta del vater. Se extrañó al verme, incluso se asustó, presuntamente asustada -Quizás hubiese oído los esfuerzos de mi sufrido parto. No se lo pregunté. Siempre tendré esa duda-. 
  
Pude haberme destruido antes de ahora. Realmente cada día me destruyo un poco, ir destruyéndose un poco continuamente, como aquí ahora, en una estación de tren, no sabiendo a dónde ir, antes de ahora tampoco lo sabía, me era indiferente. Antes me pasaba que en las estaciones veía a gente parada de esta forma y me daba la risa al mirarlos mientras ellos miraban hacía los lados, gente indecisa, o tal vez los seguían los hombres de negro, o no sabían dónde estaban; o estaban pensando qué hacer en aquel instante. Antes, muchas veces, cuando estaba sentado en un banco de una estación y yo sabía ciertamente a donde iba, me fijaba para la gente que no sabía a donde ir, o quizás pensaban en aquel preciso instante si tenían que ir a otro lugar diferente por algún motivo diferente.
-A esto lo llamo reflexiones cíclicas.
Antes de antes de antes. Eso es lo que ha sucedido ya antes de ahora, valga la redundancia. (Medirlo todo en proporciones -de antes- es muy cómodo. Qué dimensiones tiene un antes).
-Un antes no sé cuánto es, qué valor tiene. Aunque ciertamente es algo mensurable según las circunstancias.
Antes de llegar aquí recuerdo que vivía en una casa con jardín de arbustos silvestres, no un jardín a la sazón, todo era un jardín crecido en la anarquía. Tenía dos árboles a cada lado, no sé de que clase, hojas perennes, creo, y cuatro higueras. De frente dos ventanas, una puerta con alero. Estaba cubierta de pizarras redondas a dos aguas, una chimenea cercana a la cornisa, y humo azulado dando vueltas hacía arriba, una cerca de ladrillo visto de color marrón, una puertecilla semiabierta, y un pequeño sendero que se ondulaba hasta la entrada hecha de maderas acabadas en unas crestas afiladas. Dijeras. Pensaras. Una casa así la hubiera dibujado un niño en primaria, pintada de blanco. Esa era mi casa mucho antes de ahora mismo. Para llegar caminabas por una pradera verde en donde pastaban vacas pintas, unas acostadas, otras con el rabo levantado, cuando antes del medio día había estado haciendo sol, o si antes de medio día el cielo había estado azul, con sol en medio del azul, allí arriba, y habían llegado las moscas, todo lleno de moscas de diversas clases, moscas que picaban, en general, tábanos furibundos chupa sangres.
El señor de la cafetería tiene tres bigotes: las dos cejas y uno grande encima del labio superior picudo en forma de u mayúscula, yo entro en la cafetería y sólo me fijo en sus tres matas de pelo. Me dice: a deponer al vater de la estación, y yo le dije, ya, ya depuse allí, y le continuo, oiga, el Express de Media Noche cuando llega, y me mira extrañado, sin saber si contestarme con una pregunta, ¿a media noche llega el Express de Media Noche? Ya pasaban diez minutos de la media noche. Había pasado todo lo de antes y quedaba todo lo de ahora. Yo sabía que la humedad que tenía Tres Bigotes en la mano era de sacudirse mal la polla, muy mal. Ahora con aquella mano tan húmeda cambiaba los pinchos de bonito con tomate, bonito con mayonesa, indistinto, de sitio, desde otro sitio, de un plato a otro. Y le dije, oiga usted, mire usted, usted tiene el certificado de manipulador de alimentos, acaso, le dije ¡acaso! con suma rotundidad, mira, eso me dijo, mira cacho cabrón, eso me dijo, mira cacho cabrón, eso me dijo, mira cacho cabrón hijodelagranputa, eso me dijo, si salgo de la barra te parto la cara de asqueroso que tienes, al final me lo dijo, lo sabía, lo sabía, no esperaba menos de aquel cerdo, más que cerdo aún.

Ahora ya sabía que el Express de Media Noche no llegaba a las doce de la noche, lógicamente, porque eran las doce y veinte y aún no había llegado, lógicamente. Yo daba vueltas de aquí para allá con mi atadillo a cuestas. Era desde aquí hasta allí y media vuelta. En andar los dos trayectos unos dos minutos, un minuto en cada sentido, aproximadamente, y vuelta a empezar por la mismas marcas del suelo, sin perderme. 

La estación cada vez se estaba quedando más desierta, en el sentido de solitaria, apenas unos hombres y unas mujeres vestidos de cualquier forma, abrigados de la brisa fresca que ya soplaba a lo largo del andén abierto en el sentido de las vías. Las vías a todo lo largo perceptibles por el reflejo de su parte desgastada hasta perderse en la oscuridad, entre las lucecillas rojas de de señales y las luminarias fluorescentes de la estación.

La estación ponía: Un Lugar a Este Lado. Así se llamaba. Yo no sabía el por qué de ese nombre, si es que había otro lado más allá de las vías, partido de este lugar por las vías del tren, otro sitio que si todo fuese correcto debería llamarse: Un Lugar del Otro Lado, aunque si lo piensas, si estuvies. Otro Lado a este sitio donde estoy ahora no le llamarían Este Lado, le llamarían Otro Lado, no sé si lo dije bien, a veces me pierdo elucubrando. Yo estaba reflexionando así, cuando una señora mayor encorvada hacía su parte derecha y hacía delante al mismo tiempo, se me acercó y me preguntó: Señor, para ir al Otro Lado por dónde tengo que tirar, y yo me puse a reflexionar, pensando, menos mal que me había anticipado, y se lo digo, mire señora, usted tiene que cruzar las vías, en total cuatro vías, pero mire hacía los lados, ya está a punto de llegar el Express de Media Noche. La vi alejarse despacio, desde mi posición pronto fue una sombra, y así de lejos, para mí, la viejecita ya había dejado de existir, o nunca había existido.

-Dejas de existir cuando los demás dejan de pensar en ti.

Antes, cuatro antes hacía atrás yo le dije lo clásico que se dicen las parejas cuando el aburrimiento las consume, si es que nunca me has querido. Yo fui rotundo en la argumentación, es lo mismo que si le dices que la has querido siempre pero al contrario, la intención es la misma, entablar conversación. Aquella casa llevaba meses que se me había caído encima, derrumbado en el sentido metafórico. Hacíamos vidas en alcobas diferentes, aunque cuando ella dormía yo me acercaba a la alcoba de abajo, y entreabría ligeramente la puerta y me masturbaba mirándola, tardaba lo mío, algunas veces el semen goteaba por la puerta y me descalzaba un calcetín para limpiarlo por higiene, más bien para que no lo lamieran los niños. El deterioro de pareja empezó seis antes de los cuatro antes, diez antes en total. A ella le dio por comprarse un arpa y aprender solfeo. La primera discusión surgió por los cacharros sobre el fregadero de la cocina, de tres días sin limpiar, con unos olores insoportables, ella estaba todo el día siseando melodías del género de las baladas, arrimando su hombro a la curva de su arpita.

-Ya estaba merto. 

Cogí un cuchillo jamonero y le corté las cuerdas de su arpa, y el arpa entonó aquella musiquita con todas las notas en descendente por su caja de resonancia como si yo supiese música pero no la sabía. Mutilar un arpa es la cosa más fácil si tienes un cuchillo jamonero.

Era un presentimiento antes de ahora. Los sucesos se sucedieron de forma vertiginosa. Perdí mi cubil provisional en el desván de la casa. Meaba por una claraboya giratoria. Defecaba largas horas debajo de la higuera anexa a la portilla de entrada, me limpiaba con sus hojas ásperas. Bajaba a comer cuando no había ruido en las plantas inferiores.

Todo esto fue así hasta antes de aquel jueves en que vi asomar aquella gorra de plato por la trampilla del desván, y luego otra gorra de plato por la trampilla del desván, y me sacaron como un saco de patatas arrastrándome según estaba vestido hasta la portilla de entrada, permaneciendo allí la autoridad hasta que decidí marcharme en zapatillas, y la casa se fue haciendo cada vez más pequeña en la lejanía como si la hubiera pintado un niño con su humo azulado dando vueltas y vueltas hacía el cielo.

Llegué a Este Lado y deambule desde las tres de la tarde. Medité siempre sentado. Cuando caminaba me orientaba siempre volviendo al mismo sitio. Luego otra vez sentado para meditar de qué forma salir de aquí. Llevaba más de un mes llegando al mismo sitio, y aunque preguntaba nadie con certeza me sabía decir cómo salir de Este Lado. Todos coincidían que era muy difícil salir de Este Lado, la única forma, la única posibilidad era venir a la estación y esperar al Express de Media Noche.
Reflexiones que me hice mientras deponía apuntadas sobre mi cuadernillo de parvulito:
-¿Había escuchado algo amable?
-¿Alguien últimamente había dicho mi nombre y yo había dado la vuelta, o un simple: pisss pisss pisss y había dado la vuelta, y aún eso no era para mí. Tanta soledad, ni eso para mí, tanta soledad, ni eso para mí.
-Había sentido un mínimo roce en mi piel que fuese una caricia. Desde cuándo.
-Incluso antes de antes, los roces en mi piel que consideraba caricias eran en si gestos violentos, de esa forma en que crees que son caricias sin serlo (la tortura empieza por una caricia, quizás).
-¿En esta estación que nunca supuse que existiera se va acabar mi vida?
-Es digno para un ser humano de cualquier tipo de inteligencia, con cualquier tipo de locura, quedarse abandonado (y así tan diminuto), que nadie eche de menos tú ausencia.
-¿Había, tal vez, escuchado algo amable?

Y por fin cuando ya no era antes, era ahora, vi en la lejanía aquella luciérnaga diminuta, titilante, y unos leves chasquidos metálicos a lontananza. Cuando esto sucedió el reloj de la estación marcaba la una menos diez, y me dije, con suerte este es el Express de Media Noche de la una menos diez (qué paradojas del tiempo, pensé para mí), pude haber acompañado a esta reflexión una ligera mueca de sonrisa, nunca lo sabré de que forma mis labios lo dieron a entender, nunca me supuse con una sonrisa. 

Bajé a las vías, y para cerciorarme aunque lo sabía me tiré a lo largo de las traviesas poniendo mi oído sobre la vía derecha en el sentido de llegada, era lo mismo, lo mismo daba creo, y comprobé que aquella perceptible vibración que el tren, inexorablemente, se acercaba desde antes hasta después. Me puse de pie sin prisas, me arreglé ligeramente mis harapos y comencé a caminar por el medio de la vía hacía el Express de Media Noche, estaba completamente seguro que por fin iba a salir para siempre de Este Lado tan angustioso.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Tú relato tiene partes de extraña literatura. Son partes de genialidad, muy descriptivas y expresivas. Un saludo.
Neto.
Anónimo ha dicho que…
Me ofenden tus puntos suspensivos.
Nieves Bruxina ha dicho que…
:) un abrazo Sr Ke

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