NIDOS.


En los nidos hay bocas esperando.
De vez en cuando volando llega una lombriz y los días son una aventura.

Escucho los ruidos cercanos. Si transitas imagínate que detrás de cada cuatro paredes puede haber: amor, odio, sufrimiento, que puede estar surgiendo la vida o la muerte.

Es indistinta la fraternidad de las ánimas de los vivos. Son nidos,

y siempre habrá bocas abiertas.
 
Panchito tenía un terrorífico guerrero de plástico embutido con una coraza de acero inoxidable de alta resistencia, las piernas eran dos orugas gigantescas y devastadoras en forma de triángulos equiláteros, los brazos estaban dotados de unas sierras cilíndricas de cuchillas de titanio bañadas en níquel y cromo, sobre su cabeza llevaba un casco a lo águila imperial, y tapando sus ojos unas protecciones reflectantes de color dorado. Panchito trajinaba con el guerrero universal por el suelo gris, entre granitos de azúcar, alguna hormiguita despreocupada, rumbaba, atronaban sus labios, poniendo en marcha las cuchillas infernales, matando ficticios enemigos, haciendo todo el bien posible a la humanidad.

La lucha era desigual.

La humanidad se desmoronaba por los bárbaros enemigos desperdigados entre las rayitas que separaban las baldosas de la cocina. Los enemigos de la humanidad se meten en las casas al anochecer, y sólo pueden ser vencidos por niños valientes y atrevidos.

El suelo de la cocina un baño de sangre.

Yo arreglaba un tendal de alambre, tipo avión, con las cablecitos blancos que lo giraban oxidados, media hilera de sábanas desprendidas sobre el patio de luces, que habían quedado colgadas por las pinzas, a punto de caerse al vacío, en una situación inestable. Y veía y oía la inmensidad del averno allí abajo, cuatro fachadas de ventanas iguales y simétricas, al atardecer, con sus luces, tenues resplandores de televisión, los olores a comida, las voces que salín riñendo de no sé dónde.

Maruca hacía una tortilla de patata de cinco huevos, la doraba vuelta y vuelta a eso de las nueve de la noche, abierto el cielo por arriba con claridad de día fugado, casi acabado. Una tortilla redondita, inmaculada, equidistante, perfecta, de tres dedos de espesor.

Cuando me di la vuelta Panchito estaba debajo de la mesa de la cocina, y el culo de la Maruca moviéndose mientras lavaba la sartén sobre agua fría, saliendo vapores de restos de calor. Me olía a patata frita y aceite de girasol. Entre la mesa de la cocina y el culo de Maruca habría medio metro, entre el culo de Maruca y el fregadero un cuarto de metro. Pase de lado, de lado a lado, y la noté. Son esas cosas repentinas. Le palpé el culo manoseándolo porque era mío, con mis manos que eran mías, amplio culo blando, circular, hermoso, todo un culo de cuarentona, a lo bruto. Maruca gruño como si el niño le estorbase, pero así arrimados no se notaba mucho. Fue un ser y no ser, subirle el vestido – siempre hay un hueco abierto entre las bragas amplias-, abrirme la bragueta, y así como no quiere la cosa se la colé despacio por un hueco, entre un hueco a través de un hueco, permanecimos unidos sin movernos, uno más uno los dos uno, todo lo tapados posible, muy arrimados, muy juntos. En previsión al arrimo repentino ella se sujetó como pudo, los dos de pie sin mucho miramiento. Cuando notó que algo estaba allí tan suave dio el saltito del susto, pero no se santiguó. Después de hacer una tortilla de patata las cosas del amor no son pecados.
No le hablé nada, miraba a las alacenas como si fuera silbando por una avenida, despreocupado en un parecer desprovisto… De vez en cuando, instantes solo, me levantaba los piquitos de los pies, y estaba más adentro, luego más adentro, luego más afuera, luego en el medio de una distancia increíblemente hermosa. No le decía nada, mis manos buscando apoyo sobre la alacena de los vasos, veía su pelo sobre su nuca y una gotitas de sudor. Mis dedos de los pies de piquito dentro de las zapatillas, muchas veces muchas veces muchas veces mis dedos de los pies dentro de las zapatillas de piquitos varias veces. Movimientos descritos, elevándole, para buscar pucheros, para buscar lo que no buscaba. Todo fue dentro de ella. De una cosa parecida nació mi Panchito. Las pistolas las carga el diablo.
La campana extractora ululaba, y se iba el olor a tortilla, a patatitas quemadas, por aquel hueco de rejilla se iban los pensamientos chimenea arriba hasta el cielo. El color de los pensamientos es como el vapor de agua, tiene tonos azulados, industriosos.
Panchito bufaba con su héroe de las tormentas.Muchos muertos sobre los baldosines,brazos y piernas descoyuntados,  llenos de claridades y fuegos resplandecientes.
Sobre un plato amplio había una tortilla de patata muy amarilla, un solete. Por encima de la ventana del patio de luces estaba la noche como un agujero sin fin.
Por nuestra ventana salía mucha luz amarilla.
El amor es a veces extravagante. El amor baja del cielo y se esconde en un patio de luces a eso del anochecer en forma de besos en la nuca, palpitando entre olores de aceite requemado de girasol.
El mundo estaba salvado de momento.
Había tortilla para cenar.

Comentarios

Anita Noire ha dicho que…
Si no fuera por la tortilla, los polvos a la remangillé y el amor extravagante, el mundo sería una mierda. Buenos día querido
Anónimo ha dicho que…
Entonces en el 2012, no me vas a dejar cocinarte una tortilla.
Estoy más cerca de ti de lo que te parece.
Estira la mano.
Nunca te amarraré a la cama.
Idus_druida ha dicho que…
Anónimo(@).
No sé si serás un buen cociner(@).
-¿...?
De todas formas, gracias a todos por leerme.
Un abrazo.
La abuela frescotona ha dicho que…
es un cuadro muy doméstico y vital, comida, amor, y niño. me gusta la intimidad de lo que parece un común hogar de gente común en un momento de felicidad...
saludos Kenit

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