PUPILAS.



Los fusilados ven caer la tierra sobre sus pupilas.
Hemos observado que aún vives.
Que detrás de tus ojos hay rastros de amor.
Cógeme la mano un instante antes de que me veas inmóvil.
Acabo de acordarme para siempre de ti.
 
En mil ochocientos noventa, la duda de los doctores era comprobar personalmente lo que hubiera de cierto en la resistencia y sensibilidad de la conciencia de las cabezas de los guillotinados. El doctor Norman y su ayudante Parker tenían dudas razonables de cuánto duraba aquella capacidad de percepción en las cabezas truncadas. Fue en la ejecución colectiva de mil ochocientos noventa y dos, en la que consiguieron autorización para examinar las cabezas de los veinte guillotinados aquella mañana de julio, calurosa, con un extraño sopor circulado por cientos de moscas. Se colocaron debajo del cadalso y las cabezas les eran pasadas a medida que iban cayendo. Allí debajo de la trampilla, por entre las claridades que dejaban las tablas de madera, observaban aquel espectáculo dantesco lleno de horror y sufrimiento. Así preparado, las cabezas caían en sus manos todavía calientes, todas con abundantes rastros de sangre sobre la cara y la barbilla. Las ogían por el pelo, las levantaban apresuradamente para mirarles los ojos, comprobando horrorizados, como todavía se le movían sus pupilas.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Esperar tanto para leer esta mierda.
¿Te has vuelto melodramátcio o qué?
Veo que tendré que atarte.
Un día de estos te enseñaré mi patita.
...te gustará.
Idus_druida ha dicho que…
¿?
Lo siento.
Gracias por leerme, aunque no te guste.

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