BAILE.



Un perro escuálido mira a un lado y al otro antes de cruzar la carretera.
Es de una lentitud veloz el polvo dando vueltas.
Alguien abrió una puerta y la luz destruyó una sombra espesa.
Nada es tan triste como un acordeón que suena solitario en el atardecer. Te sientes más sólo.

Era tan bella que resultaba empalagosa. Así que no la saqué a bailar. Saqué a una que se llamaba Cristina, delgadísima, y la apreté contra mi. No daba mucho calor, y si la apretabas mucho era como si crujiese. Le dije, mira, aunque fuese…, necesitaba comerte el coño. Comer un coño así es como una ruleta rusa, no sabes lo que te vas a encontrar. Echaba un pestazo increíble. Me dijo, esto es lo que tengo, hazme lo que quieras con tu boca, pero metérmela ni se te ocurra. La arrimé a la tapia del cementerio. Bajaban alimoches haciendo vaivenes, jugaban entre sí a que eran pájaros. Cuando metí la cabeza bajo su falda aún era de día. Le comí todo el coño hasta dejárselo limpio. Me dije, ya está bien de tanta porquería. Cuando saqué la cabeza ya la tarde se había ido a otro lugar. Zigzagueaban murciélagos, quiero decir que no iban en línea recta, ondulaban. Nos llegaba el suave ritmo de un bajo de esa forma en que los bajos flotan sobre el resto de los instrumentos en las lentas noches de agosto, y según nos íbamos acercando, más perceptibles, un saxo, un acordeón, un clarinete, y unas maracas. Ella se volvió a arrimar a una pared repleta de cal blanca y yo me di varias vueltas. La bella, que se llamaba Josefina, seguía allí, y no bailaba con nadie.

Comentarios

Ina ha dicho que…
Así uno está menos solo, aunque sea por un rato.
Un saludo :)
Idus_druida ha dicho que…
Gracias por leerme, Ina. Un abrazo.
La abuela frescotona ha dicho que…
en toda tu nostalgia de tarde musical, solo una mujer contuvo tus ansias, y aun así la música seguía sonando con su tristeza esperando por ti...
saludos

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