MARES DEL SUR.
Una ventana abierta, en el frente otra ventana abierta.
Algunas veces le leía a Stevenson, o Herman Melville, muy pausadamente. Y ella cerraba los ojos si era por el amanecer.
Otras veces le decía que estábamos en una playa Hiva Oa de atardecida. Que sobre las montañas oscuras ya sin luz nubes espesas dejaban ver un nítido azul, y que una ligera brisa empujaba sus cabellos hacía su espalda. Sobre sus pies una arena blanca y cálida tapaba sus uñas pintadas de rojo. No faltaba el champán francés ni brochetas de frutas tropicales, mientras aquella suave y húmeda brisa removía sus rizados cabellos. Sobre la mesita de noche le ponía un ventilador a bajas vueltas que removía el aire contra su cara, y ella cerrados los ojos, quizás imaginaba el Bounty con su motín, y a Marlon Brando con la cara del color del cobre. Algunas veces sonreía.
Por el patio de luces asomaban tres claraboyas en forma de huevo y muchos rumores. Fue un instante impreciso sesgado de resplandores de televisión y olores a refritos, a gritos de niños. Me arrimé a ella lentamente y la abracé por su cuello, apretando su boca contra mi pecho suavemente, mientras, le seguía hablando de un mar muy largo, de luces cristalinas, de rayos de luz zigzagueantes en el fondo jugando en vaivenes con la arena, de frutas de todos los colores. Fueron apenas dos minutos. Sentí su mano desprendida contra mi mano en un gesto leve e inútil, y al apartarme de Ella su boca abierta.
El cielo que se ve por los patios de luces algunas veces es semejante al de los Mares del Sur.
Una ventana abierta, en el frente otra ventana abierta.
Una ventana abierta, en el frente otra ventana abierta.
Comentarios
- a pesar de todas las cábalas filósficas y legales- puede ser un liberador regalo de amante.
Un abrazo.