HASTA EL OMBLIGO.
Los domingos más allá de la amanecida, la Galana rumiaba desesperada soltando un
rastro de vapor que se iba disolviendo en la fría mañana de primeros de mayo.
Cuando se abría la contra de arriba quitando una tranca cuadrada de madera de roble, que encajaba
en los extremos, un aire denso salía despavorido de la cuadra. Arriba la tía
Paula mezclaba agua caliente y fría en una palangana que tenia un coscorrón, y
se levantaba las enaguas para restregarse con una toalla por entre los brazos y
las piernas. Yo la observaba por una rendija de la puerta que daba al pasillo,
y me metía la mano entre mis pantalones para frotarme y conseguir el inicio de
una paja allá por la siesta arriba.
El Bouzo estuvo abajo dando voces, esperando como
un cuarto de hora, llevaba debajo del brazo un atadillo de cuero negro envueltas
dos navajas de de arco muy afiladas. Vestido de pana gastada y botas de goma,
oliendo a cuarterón y a orujo de uva. Abrieron la puerta de tajadera que daba
al final del pesebre y salieron los dos cerdos como si quisieran que los
capasen.
Siempre había aquella manía de sacar los testículos a los cerdos incluso los
tempranos de ocho semanas de vida, agarrarlos contra las rodillas,
emponzoñarles la barriga con friegas de jabón lagarto, meterles cuatro dedos
por el culo para empujarles los testículos hacía adelante, y con la navaja
corvada darles un pequeño corte hacía abajo, y sacar hacía afuera la vaina del testículo,
retorciéndolos hasta que se cayesen. El cerdo boca abajo, con aquellos gritos
que me sacaban de quicio, mientras la tía Paula se sentaba sobre la palangana y
se limpiaba el coño soltándole palmadas de agua hasta el ombligo.
Comentarios
Me ha gustado tu entrada :)
Besin Sr. Kenit