ANTES.
El epílogo es un modo de final. Tomada, a duras penas, la
decisión de acabar.
Arrebatos de tristeza, aún existen, a borbotones, nada
lineal o uniforme que te desgaste como el mar a una piedra, (la forma de una
arista es su desafío).
Ya no cuento los pasos, pesadamente en su zozobra no concluida. Nunca.
La mitad de las veces con la vista fija. El total son ocho,
y una encrucijada.
Y de tanta dimensión que es, rebosante de vacío, por un
final tan inalcanzable.
Me sorprendes en plena meditación. Antes que todas las
partes se pongan en marcha.
En su aventura hay un riesgo meditado: dos sillas
victorianas y media estatua de un rey negro.
Es mucho mejor que me aprietes por la espalda, si quieres
escuchar lo que se mueve.
Que si te siento debajo del cielo (amplio, o eso, la
inmensidad), posado sobre un extremo lejano, por un solo punto en equilibrio,
como un paraguas dibujadas nubes, y azules, y un rastro de avión en dos vueltas
como una filigrana. Dispuesto a oprimirme, el cielo.
Debajo de eso todos los días los gusanos asomados, no está
claro si con ojos, a plena luz.
Me quede lleno de paz, adivinando tu aliento sobre mi nuca.
Si fueras destinada tú,
a quitarme el sufrimiento, a sacarme los pies de entre las
sábanas.
En su postura de
espera, a tocarme la frente, el pecho, a posar tu cara y que me digas por qué
lugar el temblor retorna ondulado e impaciente.
No queda nada y lo sabes, ladrillos reducidos con su
enfermedad que los hace tierra.
Un surco, arrastrado el barro, como lengua, un recuerdo del
agua sumisa en forma de coleta. Nada es decir poco, por mucho que te figures.
Manos abiertas sobre la cama, los dedos reclinados hacía
arriba sin afán de presa.
Sí. Lo deseo.
Que levemente te poses, que aprendas a ser pluma, un poco de brisa sobre mi cuerpo enfermo.
Si vienes llévame contigo, a veces abro los ojos, y siento
los tuyos arrugados, los pómulos descolgados, y un suave roce de fragancia de
ayer.
Bajar hacía mi como cuando hueles la tierra después de la
lluvia evaporada.
Es una postura quedarte quieta.
Ingrávida, no. Pero parece que me esperas en el último
trance, el octavo paso.
Si me ves aún como en la lejanía es que estás en mi mundo.
Debo quedar acurrucado a contemplarte. Dulce el pecho que no
se detiene al poner tu mano.
Ya sabes que hay cierto grado de ansiedad en la fatiga.
Deseo que te quedes unos instantes.
Hay una larga pausa.
Antes.
Comentarios
Pensé que igual te hacía falta algo así,creo que es de tu talla, pasa al probador y me cuentas.