DE LO QUE ESTÁ MUERTO.
De lo que aún queda. Del resto incruento, con cuya
diferencia se hace lo absoluto.
Un ejemplo importante del espíritu es la ceniza,
todo está incluido allí, incluso el espíritu de los árboles, lo que fue solemne
ante tus ojos y endeble bajo el fuego.
En la ceniza están los pensamientos, de un pequeño
y disimulado color gris claro.
Y el amor en
forma de polvo diminuto que lleva el
viento, y el sol hace vivo
en forma de lanza que se clava sobre el techo.
El espíritu de los muertos que salen por la noche
está hecho de cenizas.
Y algunas chozas cercanas al Monte Oku que brillan
con la luna, y cobijan niños negros con ojos del color del volcán.
Las raíces van hacía las cenizas, allí donde la
lluvia las filtra, y de la ceniza nacen flores blancas de pétalos comestibles y
olores suntuosos.
Hablo de las cenizas invisibles que llevas en tus
manos.
Del rastro indeciso que dejan tus ligeros pies de
bailarina.
Las que quedan en el pan, las que al quemarse
huelen como a espigas de trigo.
Lo que he aprendido queda en las cenizas, y es de
color azul oscuro, muy suave, casi imperceptible. Lo que he soñado está allí de
un color indefinido, casi sin apariencia.
Mis desgracias quedan en las cenizas, y son de un tenue
blanquecino.
Mi dolor, una porción de tizón negro.
Mi odio, un poso de suave marrón oscuro.
Lo que he conocido, lo que he comprendido, como si
fuera incoloro e intangible.
El deseo, intrascendente y disimulado en mil
colores conjuntados.
Lo que la lluvia arrastra, lo que el viento
esparce.
Todo lo que respiras.
De donde vienen los sueños.
Todo. Todo lo cubierto y descubierto
De las cenizas
inertes de lo que está muerto.
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