RASTROS.
Fuera de mi rastro para
la vuelta, he de recordar.
Todo lo que significa la
supervivencia, la lucha que mina mi entendimiento.
Sobre mi van tres, con
sus formas de interpretar atardeceres,
y otro que me dice que
sea un asesino,
otro aplicado en ser
práctico.
Me he dado la vuelta
hacía detrás de mi. Perseguido aún por alguien que se esconde en
mi misma dirección de marcha. ¿Cuántos personajes para poder ser
yo, como algo definitivo?
Implorando que al
asomarme al espejo no me quede quieto en la huida, como ayer.
Me apiado de lo que repta
hacía un lugar desconocido. No sé muy bien si el sol será bueno
para su camino, o la lluvia también, o el exceso de vegetación
también.
De todos los que van en
mi hay uno obsesionado por el fuego, se queda hipnotizado.
Hay otro torturador que
cuando pisa lo diminuto restriega con el pie dos veces sobre las
losas.
A veces me confunde algo
invisible que tiene pretensiones de amor, ve amor en todo,
en todos los sucesos
cruentos su lado de amor, como causa.
Pues bien. A mitad del
camino, o lo que sea, pretendo llorar con disciplina, unas gotitas
por mis mejillas. Uno de ellos, a veces, recuerda cuando salí por la
vagina de mi madre, recuerdos de forma abstracta, pasando la lengua
por todos suaves sitios, hasta que boca arriba no vi nada. El frío
te revienta cuando naces. No sé si era el corazón de otro lo que
sentía.
Inevitable proponer que
los parpados no se muevan.
Inevitable mis manías,
mis fantasías, de ser otro, tal vez.
Recordar. El que
recuerda dentro de mi, sin ningún orden: de ahora, de antes.
En este mundo no me queda
más capacidad de sacrificio. Aún está el cuerpo con su dolor.
No sé qué hacer.
Asomarme sobre el espejo me produce dudas y me da miedo.
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un abrazo como una señal de retorno