TU ESPALDA.
Ves la yedra.
Que me abraces de esa forma para dejar
la marca,
sobre la pulcra piedra.
Envuelveme. Dame eso.
Varias vueltas hasta el cuello.
Un leve rastro para saber volver sobre
mi mismo. Nunca lo inmenso.
De lo lejano sólo un poco. Nada de
multitudes.
Tengo que saber que puedo abrir la
puerta. Quiero.
Tu boca abierta en un gesto dulce. Lo
inmediato.
Dime: voy a bajar por aquí si tú me
dejas.
Todo lo que es vida en esa orilla. Agua
mansa como una mano lenta.
De los recuerdos de sólo un segundo.
Hubo un muerto. Olvidado.
En este momento mismo en algún lugar.
No tan lejano.
Y tengo miedo de todos los segundos.
Yo quiero quedarme contra tu espalda.
Aun. Caliente.
Escondido y cobarde.
No valgo nada si no descanso sobre tu
hombro. Los labios.
Dando besos que desparecen en un
instante. Como un secreto.
Desde ese lugar hasta al otro donde tu
cuerpo acaba. No hay más.
Un millón de leguas para dos dedos.
Nada. Y nada. Y nada.
Sólo el desierto y tanta luz y tanta
sed.
Del fuego eterno sólo quiero un poco
de calor. Donde.
Tu espalda.
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