PASEO.
Mi
imposibilidad fue en aumento. No sé en qué vez de tantas veces,
llegar con mi mano al omóplato derecho fue un problema. Meterme el
dedo por el culo también.
Yo
llegaba a la ventana a eso de las once de la mañana. Era un largo
viaje por enero con ese frio en forma de vapor traslúcido. El afán
que me daba fuerzas era ver los capullos de las camelias que rozaban
sobre las contraventanas de madera. Ya
se les veía por entre las hojas apretadas un rastro de pétalos
rojos, o blancos, indistinto fenómeno en una misma rama.
La única
especialidad que me quedaba era el pensamiento. Lo otro era tan lento
que apenas se describía con unas pocas palabras.
Asomar mi cara
entre los visillos como si estuviera rodeado de una mortaja y ver el
cielo.
A veces su mano se metía entre mis piernas y Ella notaba
mi humedad, la urea con ese poso de amoniaco, pero no le daba más,
para mi era como una caricia, aunque me cogía como a un cabrón, sin
apenas apretar.
Si alguna vez te has dado la vuelta desde ese
sitio, y sabes que tienes que llegar al lugar desde donde partiste,
te darás cuenta que en la vida todo es relativo, que ya era relativo
desde hace miles de millones de años.
Volver para mi es otro
viaje lleno de peligros.
Toda una aventura que reconozco
como tremendamente excitante.
Si alguna vez dejo de poder meterme
el dedo por el culo para mi será un gran conflicto existencial,
aún
obtengo cierto placer cuando le doy vueltas y vueltas, y lo dejo así
todo el día para poder olerlo.
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