Diseñada para que el fuego en su costumbre, dejara luces de colores al quemarse su corazón, para que sus ojos siempre te dijeran algo en el sentido de voy abrir muchísimo los brazos. La había elegido para muchos años, desde aquellos tiempos en que posábamos la palma de la mano llena de barro, cuando el agujero de una botella podría ser el fondo de un lago y el miedo inventó nuestros dioses una noche de verano. Surgió el sofá, la extraña campana de la cocina, y las puertas, y una ventana que daba a otros mundos con un trozo, arriba, de cielo purpura. Pasaban nubes. Pasaban los martes. Estuvimos mucho tiempo cenando -ella de lado-, casi treinta años, pasándonos cosas, el pan y todas las dificultades, los dolores de los brazos, a veces la lluvia. Nos divertíamos pensando en los secretos mintiendo con los ojos yo a veces soñaba que hubiera sido una diosa Freya de vez en cuando la luna en su equinoccio atravesando un tend...