EL GATO DE SCHRODINGER.



Obsesionado por esos mundos imposibles de lo que no se puede medir. De cuál era la mínima unidad que extendida en una curvatura me diese la distancia más ínfima de todo lo mensurable.
Incluso esa particularidad de lo que no puedes definir en un mismo lugar, y por supuesto tampoco ni imaginar sus posiciones sucesivas que indiquen su trayectoria entre infinitas posibilidades.
Lo había preparado todo en nuestra alcoba, de una forma fugaz para que su mirada no descubriera la novedad de la pistola escondida con su largo silenciador, el mecanismo de accionamiento, el rayo de luz invisible que debería detener su cuerpo al acercarse desde el pasillo y poner en marcha el fatídico mecanismo de accionamiento.
Cuando estuvo todo dispuesto bajé al bar de enfrente para observar su llegada al portal. A la media hora la vi metiendo la llave, y salí precipitado tras ella subiendo por las escaleras, casi cuando el ascensor llegué al cuarto piso, y sentí la puerta de entrada cerrarse bruscamente. Esperé delante de la puerta algunos minutos y pensé en aquella paradoja del gato de Schrödinger. Mi estado de excitación era sublime, pretendía demostrar que en aquel preciso instante ella estaba viva y a la vez estaba muerta. Quizás así, en un solo estado. Imaginaba su metódico recorrido de todos los días: entrar en la cocina, dejar correr el grifo y beber  su vaso de agua, asomarse a la ventana del patio de luces, dejar luego sus zapatos en el pasillo, entrar en el salón y posar las llaves sobre un taquillón, correr las cortinas para dejar entrar la claridad, y luego de que forma - quizás-, entrar en la habitación y cortar con su cuerpo el fatídico rayo de luz.
-¿Estaría muerta o viva a la vez?
Cuando di vuelta a la llave y abrí la puerta, sentí sobre mi cara una bocanada de aire cálido, sobre el pasillo la penumbra que llegaba desde el salón dejaba ver con dificultad el fondo oscuro del baño. Caminé despacio hacía la habitación. Mientras me acercaba pensaba que aún se cumplían los dos estados de la paradoja.
Me paré para escuchar un leve movimiento, quizás la ventana del salón entreabierta.
Luego pronuncie su nombre.

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