COSAS.



Poner en orden cualquier cosa es sacarla de su situación ideal de equilibrio estable. Al poco rato la cosa está neurasténica e insoportable, no puede vivir la cosa en su nuevo estado de diferente luz.
Traté varias veces de cambiarla de sitio, la miré en tres posiciones alternativas y no estuvimos claramente de acuerdo.
Le dije, pues te quedarás ahí. Y cerré la puerta. Cuando volví después de dos días y varias horas, el orden no me pareció el mismo. Dudé que yo hubiera puesto la cosa allí, incluso que hubiera interrumpido su posición de hacía años. Estuve pensando unos instantes. Las dudas me atenazaban por lo extraño, qué hacía allí aquella forma circular sobre la cahoba marcando el límite por un leve rastro de polvo de no sé cuántos miles de horas. En realidad cuánto era el alcance de mi memoria. ¿Estuve alguna vez escrutando a la cosa desde tres puntos diferentes para que se volviese loca perdiendo su identidad de cosa?
¿Era verdad que yo la había cambiado de sitio?, o sólo mi memoria abarcaba el acto de de haber pensado en intentarlo.
Pasé la mano por aquella sombra de polvo cada vez más visible por la claridad que entraba a través de los visillos.


Quizás nunca debió de haber nada en aquel sitio.
He pensado en lo que pudo haber sido. En realidad, ¿es imprescindible esforzarse en recordar?
¿Ante las dudas a partir de ahora deberé llegar un día antes?

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