EL EXTRAÑO CASO DE DE MATÍAS OLABARRÍA.

 




Cuantas veces nos habíamos encontrado en los años sesenta en estaciones de trenes y autobuses, no por casualidad del destino, más bien por la razón de la estadística que marcaba nuestras vidas, el enésimo trayecto con nuestras maletas llenas de muestrarios y de catálogos, quizás nuestro destino, la monotonía, la vida llena de soledad como en la Muerte de un Viajante.

Por aquellos años sesenta los prodigios eran silenciados, solo lo onírico con toques de santidad mariana era pregonado. Mi secreto nunca se desveló por increíble, y como todo prodigio podría quizás podría llamarlo el extraordinario síndrome de Matías Olabarria Ondariz, natural de Azpeitia y vendedor de cocinas Bilbaínas.
He de deciros que yo llevaba dos representaciones, una de abonos Mirat, y bajo manga vendía una amplia gama de productos de droguería, desde botones a hebillas de todo tipo.

Nos cruzamos por última vez en Ponferrada, una mañana de marzo, fría y desapacible, yo llegaba de un pueblo llamado Cubillos del Sil, y él me dijo que de Muelas de los Caballeros por la zona de Zamora.
Matías no era de muchas palabras, desgarbado, fuerte, muy alto, con una cara de facciones muy acentuadas. Cuando coincidíamos por Ponferrada íbamos siempre a una pensión que llamaban del Indiano, que tenía bar y trastienda, muy limpia la pensión y a un precio muy arreglado.

Aquella noche cenamos muy bien. La Señora Emilia, la dueña, que ya nos conocía nos puso Cocido Maragato, y Botillo del Bierzo con patatas cocidas, que aparte de picante estaba muy bueno, aunque algo pesado para la cena.
Acabamos a eso de las once de la noche. Afuera la ventisca parecía arreciar y se notaba el frío en la cantina aunque estaba surtida de humo de cuarterón y de parroquianos.
Estuvimos hablando un buen rato de ventas y otros pormenores, hasta que Matías me comentó que se iba a dormir. Yo permanecí como una media hora más en la cantina, y cuando me iba, observé que al lado de la silla él se había olvidado un catálogo semiabierto. Como su habitación estaba al lado de la mía pensé que se lo subiría de la que iba.

Toqué suavemente en su puerta con los nudillos, me extrañaron aquellos sonidos como un siseo de respiración fuerte. Como Matías no me abría forcé ligeramente la puerta y esta se abrió sin mucha dificultad.
Matías estaba de espaldas, veía su brazo moviéndose pausadamente mientras su respiración fuerte se había convertido en un continuo jadeo. Me sentí totalmente contrariado por lo que me imaginaba... Ya iba a marcharme cuando se giró levemente y pude verlo a través del espejo lateral que iluminaba la lámpara de la mesita.
Sí, veía plenamente aquel prodigio que os cuento, su polla inmensa que metía doblada sobre sí misma una y otra vez sobre un vestíbulo vaginal perfecto en su forma, que compartía en la parte inferior de su hueso púbico.
Me quedé durante unos segundos mirando sus ojos elevados, supuse que no debía de darse cuenta de mi presencia, estaba como en otro mundo. Salí rápido. Y cuando apurado cerraba la puerta sentí aquel bramido extraño, como si en un mismo acto una mujer y un hombre hubieran llegado a un pleno y largo orgasmo al mismo tiempo.

De la que abría mi habitación subía Doña Emilia alarmada por lo que dijo le parecía como un estertor, y se lo dije, lo del sueño profundo y los ronquidos enormes, la terrible apnea de Matías Olabarría Ondariz.
El viajante de Cocinas La Bilbaína.

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