CUERVOS.

 



Cuando Priscila quedó preñada se acababa casi abril y los días empezaban a ser más largos y cansados. Sacábamos las reses a pacer al Gramillón , y limpiábamos el maíz de hierbas de la maldición. Eran esos días sin pizca de aire, que cuando hacíamos la hornada de centeno el humo blanco de roble subía recto sobre un cielo frío de intenso color azul.
Cuando Priscila quedó preñada estábamos entre el pajar y la cuadra.La llevaba viendo días con cierto fulgor. Nos vino aquel “repente” y no llegamos ni a besarnos. Tiramos dos cantaros de leche. La preñé a lo embestida sobre el revuelto de la yerba seca, todo olía a boñiga y a nial de manzanas, a estiércol humeante, y cuando miré sobre el volado de piedras nuevas de reciente cantería del alero, antes de correrme, había una hilera de cuervos y tres urracas que andaban como locas dando vueltas sobre el ganado.
- Pensé que era una premonición.
-Sí. Lo pensé.
Priscila alumbró el ocho de febrero del año siguiente. Con nevada muy alta. Cuando mirabas los tejados tenían forma de hongos blancos. En la cocina estaban las mujeres. Julia , la de Bouza, calentando agua. Todo estaba lleno de vapores y un intenso olor a orégano y laurel quemado para desinfectar el aire.
Cuando me llamaron yo estaba en la cuadra echando brezal seco para mullir el ganado. Subí con un nudo en el estómago, y cuando entré en la cocina y Julia abrió el mandil, lo vi allí ensangrentado, pequeñito, con su cara picuda y con mucho pelo negro, los dedos de sus manos extrañamente cortos, sus piececitos alargados con aquel dedo medio en punta de lapicero. De repente sentí el corazón como se me saliese. Aquel niño era la viva Semilla del cantero de Pereiro.

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