PATO DONALD.

 



1*-

“Sin aburrirte, eh. Tú lo lees, y ya me dirás”.

Mira si es importante lo que te voy a contar que mi Tío Raimundo de Bilardón, muy estudiado, decía que si se regenerase en otra vida sería un clítoris, que son listísimos, y no te lo decía un cualquiera, este ya te digo yo que este paisano preparado estaba.

Y te digo lo de la importancia, y no es un suponer. A la hembra tienes que tenerla calmada, no vayas al repente a tirártela. Bájate a la chirla con reverencia y sin ascos, aquello es un santuario, la lengua bien movida como si rezaras, para que luego tenga fervor y suene a charca, lo seco es mojama, que lo otro es irseles para la cabeza, y se les va quedando allí una y otra vez que no se han corrido al tiempo, hasta que vierten la mala hostia contra ti, a saber qué día.

Yo, a la Zulema, como que la galleaba al culeo tirón “agarrulandola” donde fuera. Cuento con los dedos de una mano cuando la calenté antes del trote. Ella me fue cogiendo ojeriza, de llamarme degenerado y “soplapollas”, y otras hermosuras que no pongo aquí de momento.

-Te digo.

-Hasta le tenía miedo por la obsesión no se fuese de cuento, que ahora lo del género anda retorcido para el hombre.

Le dije a mi mismo, no te vayas a ella, me lo dije muchas veces. Sin inmutarme, sabes. Nunca le dejé una hostia, pero se iba a más, y se le notaba a más cuando la preñe de Palomita en un mal interruptus al quite, y no pude “patrás” sobre un “reverdor” de alfalfa en el valle de Piago.

Y el tiempo las cambia, sabes. Ahora si se la arrimo a donde sea, me da coces, por dos veces en los mismos huevos, viendo las estrellas, que allí en la entrepierna ya te digo que escuece.

-Sabes, por algún motivo el día del “acabose” siempre llega.

-Te lo cuento como si fuera ahora el momento. Para que veas preciso que lo tiene en la cabeza, pero ya te digo, que degenerado no soy, pero las armas las carga el diablo, y me obsesiono con que tiene en mente denunciarme a la Guardia Civil.

2*-

Así te lo digo, sí.

La niña estaba mirando extrañada su patito de color amarillo. Aún no era del todo de día. Yo estaba sentado delante del ventanal del comedor sobre una silla de mimbre, en una posición que hasta cierto punto era de coña.

Cabalgaba sentado sobre el salvavidas de la niña en pelotas, cubierto solo por una bata desgastada de color agrisado, y por debajo de mis dos piernas asomaba la cabeza del patito con sus grandes ojos abiertos, y su largo pico hinchado, esbozando como una pícara sonrisa.

-Sí.

Y, como te digo, la niña viene a cogerle el pico al pato, y yo llamo a Zulema para que quite a la niña de aquí, porque con sus manitas me roza el capullo sobre la cresta del patito sin quererlo, y Zulema llega y coge a la niña de muy mala hostia, tirando de ella, y me dice aquello de vaya postura de cerdo degenerado que tienes, “putosoplapollas”, arrastrado, mangante, “hijoputa”, “pollablanda”. 

Siempre tenía aquella inquina en llamarme cosas de pollas desastrosas, cosas de poco hombre.

3*-

Cuando leí el informe del cirujano y vi todo aquello me sorprendí de cierta manera de lo que allí ponía: "dos prolapsos internos, cuatro abultamientos peri anales, seis ramificaciones de tejido submucoso sobre el mismo borde dentado del pectíneo", eso sí, todo muy prolapsado, abultadito y presionando sobre una dermis tan fina que cuando te limpiabas la tajadera del culo veías todo el firmamento.

Siempre pensaba, lo malo será cuando me vaya de vareta, pondré los zócalos perdidos.

-Tengo que decir que abusé lo mío del picante.

A mí lo que me gustaba mucho eran los mejillones de escollera cociditos con salsa de cebolla, aceite virgen de oliva, perejil, y mucho picantón de guindilla de Otare. Siempre que los comía sudaba por la calva y me ponía rojo como un tomate. Una vez los comí en el restaurante que está en la “Escorrentía de Mereci”, y me dieron aquellos retortijones. No tuve más remedio que ir al baño, y en el baño daba aquellos quejidos que se hizo el silencio, y se dejó de mear en todo el servicio, y de beber Ribeiro en todo el bar.

El padecimiento de almorranas te evita malas tentaciones, es lo único bueno que tiene, que te den por el culo no lo necesitas. Y te guardas mucho de que no te prolapse ninguna polla hostil, sería placer sádico del prolapsador, pero el prolapsado para qué describir, como si te metieran un gancho de una cocina Bilbaína al rojo, y luego te escarbaran dentro en forma de movimiento de manubrio.

4*-

Cuando Zulema se fue, me dejó la persiana entreabierta, y me olía a café torrefacto. La claridad empezaba a ser tenue cuando sentí un portazo de salida dado de mala gana. Por entre la ventana que estaba casi abierta entraba una agradable brisa que me olía a hierba seca.

-Y entonces es cuando la niña vuelve de forma sigilosa.

Y me vuelve a mirar con aquella extrañeza y aquellos ojos tan grandes. Está delante del pico del pato Donald, y quizás pensaba cómo su “papacito” puede estar cabalgando su juguete de la playa. Por un raro misterio la cabeza del pato está ligeramente deforme e hinchada, y su pico rojo tiene aquel gesto adelfo y a veces se mueve como si estuviera vivo.

De no sé dónde sentía como el pedaleo de una máquina de coser y voces de televisión.

En otro instante que no he calculado percibo su manita buscando el inicio y el final del pato debajo de mis posaderas amoratadas por el calor y el yodo.

-Es una extraña y dulce sensación que no evito ni reprimo.

5*-

-Sí, todo fue un imprevisto.

-Ella como si lo sospechase.

Sentí la llave dando dos vueltas, y un estrépito, y el sonido de unas campanitas de cerámica que hay en el pasillo.

Sabes, me levanté como si estuviera pasando un sueño horrible, igual que un resorte, de repente, con la energía de un cadete militar. Empujé a la niña y se calló de espaldas contra el suelo empezando un llanto de desesperada rabia.

Cuando Zulema apareció en el umbral de la puerta percibí sobre mi espalda su mirada de furia contenida. La niña se levantó y salió corriendo agarrándose a su falda, al mismo tiempo que angustiadamente señalaba su hollado patito.

 Permanecí estático. Me veían en aquella perspectiva, recortado por la leve claridad de la ventana.

Por mi cuerpo había circulado un escalofrío extraño, como si hubiera caído sobre mí un verdadero rayo y toda la tormenta.

Por la calle pasaba alguien vociferando, y la brisa movió ligeramente los visillos, enseñando en el alféizar dos macetas completamente deshabitadas.

La piel de mi espalda estaba llena de sensaciones (desazón de inexistencia), mezclas de frío y calor que se alternaban. No sé, a ciencia cierta, si estaba llorando, nunca me doy cuenta cuando lloro.

-Sabes.

-Me lo guarda.

-Es cuestión de tiempo.

Ahora ya te lo dije, la verdad, nunca la calenté. 

-Si fuese a la fuerza era.

Y comerle el coño nunca.


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