VELATORIO.

 


Yo la Tolla la había hecho llamar por educación, que no se pensase, que no la llamásemos por rencores, con lo retorcida que es, una bruja. Aunque para lo que le importaba el viejo mejor se quedaba por la Bastida.
Los viejos huelen a viejo, si me lo dices a mi no te lo paso, a él qué más le daba todo el día cagado.

De todo un poco tuvieron sonando las campanas a muerto hasta las ocho de la tarde, le di cinco pesetas a Juan de la Grova, el sancristan, para que les diese a lo muerto lo que fuese, ya pecha la noche, y les dije, obramos con tiempo, y decidimos aguantar antes el ganado en la cuadra para el velatorio, que vendrían los de Martiño, y todos los de la Fonda, y los del Valle de Froxan, Damian y Berto,Uxio y Nuno, la Coja de Cosme El Ferreiro, que traía la Catuxa y a cinco beatas de Burón, entrenadas para el rezo, “chorar” no hacía falta, para qué “chorar”, si para algunos la muerte es un regalo del Cielo.

De reunirlos a todos casi no había sitio, orujo sí, a espuertas, abrí la barrica mediana de mezcla de madroño y pulpa garnacha, que daba hipo si te lo arrimabas rápido, cocido te ponía en dos copas, y a morro nunca, ni se te ocurriese, que te llegaba a los cojones en un santiamén, y te la ponía a lo trocho de roble, que reventabas y tenías que dar por el culo, o por donde fuese, a algo que tuvieses a mano, Chacho, Chacho, que te da la temblera, te digo que casi basta frotarlo y cura la tristeza, yo no sé si era bueno arrimarles tanto a ronda seguida, que entre vecinos y parientes éramos más de cuarenta, y aquello entre el fumadero de cuarterón y el olor a no sé qué, era más cuadra que la de los cerdos.

-Por lo poco que sé, y lo que sé es cierto, el suceso fue sonado.

A las dos de la mañana la cubeta estaba hueca, y era de marzo aquel relente que subía del rio. Velábamos a mi tío Desiderio, que le llamaban el Tuerto de Brais, el decía que tuerto lo era por lo de la División Azul, en la batalla de Voljov, que no fue ningún Ruso, que le dio un culatazo uno de Adanero, por error, según decía, aunque yo creo que fue refriega, el Tuerto era de coraje.
-Sí.
Allí estaba metido en la caja de muerto posada sobre la artesa tapada con una arpillera, en el salón de la galería por encima encima del ganado.
Allí había muchas enredaderas de pino, crecían por el aire y se iban para todos los lados, me acuerdo bien de aquel salón con las paredes de piedra ahumadas por la antigua cocina lareira, y el olor a estiércol que llegaba de la cuadra. Allí se calendaban el gazñate de seis en seis pasándose sin pausa la botella de orujo.
El suceso pasó, como digo, un poco antes de las dos de la mañana. Los que estuvieron allí te pueden contar que la luna de marzo casi se tocaba, y que fuera, por la cornisa, los verderones y carrizos se arrumaban para dormirse por los aleros.

Abajo en la cuadra había seis tordas cabañesas y dos pintas lecheras, y en el tendejón conejos, pitas, un borrico, y dos mulas, grandes como camellos, de arrastre para la madera, también había una piara de ocho cerdos blancos chester, y tres vascos como jabalís, y que puede que hubiese más vida allí que en la selva, y que puede que alguna jineta y zorro, oteando, hubiese bajado de los bosques de Breixo.
Os digo todo esto para poneros en situación, aquello era una “carrachada”, el muerto, para que deciros, a lo suyo, la Coja dirigiendo a las otras, bisbiseando aves marias, y lo otro era el orujo y orujo, cocidos empezábamos a estar, sin un bocado, chorizo de ajo no pusimos, y mucho verbo había, que hostias de respeto íbamos a tener al Tuerto, él a lo suyo, de momento andaba tranquilo.

Sí, y eso fue, por lo poco que sé, y lo que sé es cierto. No sé en que pasada de botella iban, que el Tuerto tiró aquel pedo estruendoso, oyes, nunca vi cosa igual, mira que a lo largo de mi vida escuché pedos, incluso en el Servicio Militar en Ceuta gané un concurso de pedos a un moro de Tanger, un trueno tú, y que fuerza, tú, de la fuerza el Tuerto se quedó sentado en la caja, y abajo en la cuadra, el ganado como si la Estadea de la Santa Compaña viniera el primero para llevar al Tuerto, mira, tú, se montó un guirigay de dos pares de cojones, increíble, tú. Hasta los chochines del alero salieron de estampida hacia el resplandor que dejaba la luna sobre río.
No sé si volvieron, temiendo al diablo. Era de muy mal aguero.

-Mira. Lo que te digo es como es, y sé que es cierto, que aquí me caiga.

Los que estaban allí velando salieron despavoridos cada uno hacía un sitio sin encontrarse los unos a los otros, porque el miedo ya sabes que tiene esas cosas -da más miedo si te encuentras con otro que tenga miedo-.
La única que ni se inmuto fue la Tolla, ni un dedo movió la bruja.

-Luego aquello fue un gran silencio, aquello si que era respeto, aquello daba miedo porque las sombras como que se habían marchado.

-Si lo vieras.
El Tuerto se fue cayendo hacia atrás para quedarse de nuevo con las manos cruzadas, y el pañuelo de mortaja envuelto en la cara como si simplemente tuviera un flemón de muelas, tan natural, que se había quedado incluso con color, como si estuviera vivo con aquel ojo, casi abierto, que te miraba desde cualquier lugar en que quisieses ocultarte y siempre te encontraba.

Mira, para que decirte, yo a la Tolla no la hubiera hecho llamar, lo hice por educación, y lo de abrir el orujo fue de mala follada.
Ahora también te digo, lo del pedo fue muy sonado, eh.
Hasta a mi prima Noa de Vilachan le llegó el cuento. Y lo cuentan de muchas formas, pero por lo poco que sé, esto es lo cierto.
Como que estaba allí, Chacho.

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