EL ALMA DE LOS CERDOS.




La gente del lugar aún recuerda el caso -no sé si leyenda-, del capador de Duernas.

Benancio Apaiña Sueiras, natural del Fornelo, con una casa al lado de la comarcal que baja hasta Lugo, cerca de la iglesia de Xoan Alto, con cuatro pilares para el cabanon del pollo, y dos campanas medianas para tocar a muerto, al que dicen que le cayó un rayo y quedó una campana milagrosa derretida en forma de corazón de la Virgen Santísima.

También decían que esta iglesia era de parada obligada para la Santa Compaña, que de la cubierta de bigas y cerchas de madera alguno se ahorcaba para demostración de que seguía vivo al aflojarse la corredera por sí mismo, bajarse, y seguir camino. -- Muchos feligreses los vieron ir avantando al camino.

Por marzo casi vencido, Apaiña empezaba la ronda. Salía con el atadillo de badana de Duernas e iba de pueblo en pueblo por Chamoso, San Pedro, Quintas, Lousada, San Martin, y todos los que había entre Fornos y Cainzo, y alguno más que se me queda.

De noviembre a Febrero Apaiña hacía el recorrido inverso, esta vez de matarife con aquel envuelto con alojamiento de cuero blando para cuchillo de pelar, machete de descuartizar, cuchillo degollador, cuchillo filetero, cuchillo de deshuesado, y chaira de afilar.

Apaiña era diestro desde lechones de hasta ocho días de vida a lo que le pusiesen, que luego engordan más rápido, y la carne no tenía ese olor agrio de cerdo salido que todo lo monta, si hace falta montar.

Del cariño que se puede coger a los cerdos yo me acuerdo bien, cuando de niño mi padre me soltaba una recua de ocho belgas por las Fontias a la foza del terrón blando, y allí me iba con ellos que me seguían como perros amaestrados, hasta subirme a ellos hacía, que cuando cagaba la mierda me venían a comer apartándome el culo desnudo con el hocico. Mucha pena tenía cuando el Apaiña les daba cuchillo, huía a donde no llegasen aquellos largos gritos de animal muriendo.

Dicen que el 23 de noviembre de 1969, bajaba Apaiña con los apeos de matanza hacia la zona de Adai, por un carrero oculto entre castaños, con muchas hojas caídas, tupido el suelo, por aquel color marrón de las hojas otoñadas.
En la zona había varias corripas de castañas para abrevar cerdos y dar a las carnes el último sabor y ese color entreverado al tocino. Por allí tenía Pexan el de Bocamaos la piara de cerdos, muchos berskire inglés, y otros tantos landrace americanos. Todos por allí sueltos andaban a corripa y al foceo, alimentándose.

Dicen que Apaiña bajaba absorto a sus cosas. Tuvo años una hija atada a una argolla donde el humadero de los embutidos por loca, decían los de la zona, y era muy íntimo y de poca palabra, al trato iba sin rodeos, lo que costaba la cosa nunca volvía hacia atrás.

Al dar la vuelta al Souto veía el Miño allí abajo todo lleno de luz por el día claro, con reverberos. Luego se hacía valle, y el bosque de un frondoso que daba miedo por los graznidos de gavilanes, tordos y cercetas.

Cuando se metió a lo más frondoso aún le pareció raro que se asomaran desde la espesura dos guineanos con hocico de jabalís, negros como el tizón, y de la maleza de espesos abedules, y zarzales de moras se sintiese como una recua, berridos de fozar, como si por la espesura hubiera un ciento buscando raíces y castañas prendidas retoñando.

Algo le inquieto, cuando empezaron a cruzársele piedraines blancos y gordos, como si se hablasen entre ellos. Fue en un trecho en pendiente que sintió aquella dentellada por donde el tobillo, y aquel horrible dolor nunca sentido, vio derribarse a sí mismo a lo largo del sendero, luego gateando, con su cabeza al ras del suelo, vio la piara de todas las clases como si supiesen lo que hacían, según estaba de dentelladas le arrancaron el pantalón de pana y le husmearon posaderas y pantorrillas, cuando aquel chato murciano se le sentó sobre el culo apretándole su curvatura sigmoidea.
Apaiña estaba muerto de miedo, luego fue aquel pene puntiagudo que se introdujo en su cavidad anal aguantando las sacudidas del murciano, un berkshire, un gigantón scrofa, y otras cuatro razas más.
Según dice la leyenda, todos los cerdos se corrieron mucho más arriba del plexo hemorroidal del matarife y capador.

Luego la terrible historia dice que se juntaron muchos como si Apaiña fuera caldada. Fueron devorándolo despacio, primeros sus partes blandas luego la hebra hasta arañar los huesos.

De Apaiñas aún dicen que se aparece por el valle de Duernas, y sitios tan alejados como Carrigueiros.
Las gentes de la zona dicen que leyenda no es, que esta historia de venganza es como de la vida misma, que parece hecha solo por los hombres.

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