MAR.



De algún lugar una radio suena muy alta. También siento las palomas que vienen a la ventana con su zureo dando vueltas sobre  mismas. Algunas veces los sonidos te atan a los lugares, te hacen familiar la sucesión de las horas como si propusieran que no olvidaras aún que la vida está ahí.

Ayer por la tarde nos leyeron aquello. Tocaban poemas.
Hubo una poetisa que empezó a caminar hacia el mar y se ahogó. Jesús caminó como levitando sobre las aguas, y dicen que sigue vivo. Son cosas que pasan. La vida es así.
Me dicen, si no te vas a levantar déjanos sacarte la sábana de abajo. Me da que les huele. Y me empujan media vuelta hacía un lado, media vuelta hacía al otro, y por un instante de costado. Vienen dos que pasan todas las mañanas con su uniforme azul claro. Me han empujado algo hacia la ventana y por un instante he visto cuatro cristales con ese vaho de humedad, casi difuminado en su contorno. He adivinado un día claro.
Ayer me leyeron un poema y me dijeron que se había muerto así, caminando por la arena hacia el mar. Hubo un instante que por algún motivo extraño se puso a caminar. Debía de ser el norte donde estaba el agua. Como una sonámbula; y era en un atardecer. Un poema hermoso. La historia me puso el corazón un poco triste, así que pasé la noche pensando, mirando boca arriba y en esta postura en que ahora me han descubierto.
He de decir que no quiero morirme aún. Si llega otro año habrá otra primavera, eso que tengo ganado. Aún me huelen las flores que me ponen en el respaldo de la ventana. Y hay instantes en que siento que el corazón se me pone triste si me leen poemas, y luego el poeta se suicida.
Hubo una vez que me adormecieron sin cantarme ningún arrullo. Luego todas las noches eran igual. Ya no soñaba. Los días plomizos como los de hoy no suelo recordarlos. Si abren el cielo los seres demoníacos, los días son así.
Me han vuelto a mi situación natural. No hay otra posibilidad. Así tapado con las manos estiradas sobre la funda de la cama, me viene otra vez aquello de la poetisa y me pongo a cerrar los ojos, no vaya a ser que al abrirlos ya no esté aquí imaginando como caminaba sobre el mar.
Y aquel poema del que me hablaron ayer.
... Los tiempos felices son despreocupados,
allá por diciembre los tiempos del frío.
Nada me hace falta, solo tú y un joven pecho.

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