EL OLOR Y LA MEMORIA.

 


Voy a esto.
A veces aquí llegan esas moscas verdosas y se ponen a restregar sus patas posadas sobre los pliegues de mi pantalón, dan vueltas, van y vienen como si ese mundo que les huele sobre mis piernas fuera suyo.

Ya sabes. Yo soy muy dado a recordar cosas que las más de las veces no son agradables. Serán los años. Por ejemplo. Ahora como si fuera un mecanismo de defensa mensuro lo que vive poco. Esos organismos vivos, dijéramos, seres vivos que viven apenas unas horas, esos que casi nunca pasan de las doce de la noche, esos que van corriendo despavoridos, diminutos, por la mesa de la cocina entre alguna bolita de azúcar, y los aplastas, sin ningún rastro, dejando una mísera gotita de sangre
que a penas ha vivido. Todo esto es reconfortante dentro de mis cálculos sobre la ilusión del tiempo.
Llegas a una edad. Todos llegamos a una edad en que nuestro bagaje existencial son solo los recuerdos.
-A lo que iba.
-Esto viene hoy a cuento.
Cuando era niño en nuestra casa no había váter. Nuestra casa era un poco mejor que una casa anormal. Yo dormía en la cocina. Teníamos una televisión de segunda mano siempre con rayitas blancas que iban subiendo y bajando, y tenía que esperar a que mis dos hermanas, mi padre y mi madre se fuesen para el cubil. Luego bajaba de la pared una pequeña litera de bisagra, y allí me acurrucaba. En el invierno hacía bastante frío, y llegaba aquella humedad como el rocío que bajaba por las paredes y se posaba en todo lo que podía acogerla.

Hacíamos nuestras necesidades en la parte de atrás, a la intemperie, en un pequeño hueco allanado con cemento entre el terraplen y la casa. Cuando iba allí estaban las cagaditas de mis hermanas, la de mi padre grande, la de mi madre ordenadita, la más artística y pulcra. También había un caldero para el agua que por la noche arrojaba mi madre para que todo aquello se fuese para la cuneta cuando menos se olía o se veía.

Recordar cosas se me da bien, y mensurar, hacer reflexiones sobre la temporalidad. Ya no te digo lo de dar gracias por el día nuevo que nos acoge. Gracias para qué. Siempre me pregunto eso. Gracias para qué.

-A lo que iba.
Elogio el Corripas de una casería de Boiras, nos tenía alquilada aquella casita de cuento. Ya te digo. De cuento de hadas Un regordete con chaleco y barba siempre de cuatro días, siempre sudado, no sé por qué. Asqueroso. Si lo mirabas bien te daba asco.
Un día que entró mi padre de trabajar de las Baterías de Cok del Nubio, lo encontró en la cocina con la mano metida debajo de la falda de mi hermana Asunta. Mi hermana arrimada a la pared con los ojos, por lo visto, como la estrella polar, pero llenos de terror. Mi padre que era un cualquiera en el sentido de insignificante, no podría atreversele contra las espaldas del Eulogio, y fue por la forca de tres dientes muy afilados de acero a un pequeño cobertizo donde mi madre tenía los apeos de la huerta. Cuando se lo puso en el cuello el Boiras ya andaba restregándole a mi hermanita todo el dedo en el coño, debía de estar desvirgandola por las voces que daba.

-A lo que iba.
Al día siguiente yo fui a echar la última cagada, y a allí quedaban las de mis hermanitas, la de mi padre, siempre diminuta, era medio hombre cuando no estaba borracho, y la de mi madre, que siempre acababa en pirulí muy ordenadita, una obra de arte. Olía a lo de todos. Moscas había pocas porque hacía mucho frío. Por el verano aquello era un enjambre.
Cuando salí subiéndome mis patanloncitos , en el camino que daba a los berzales estaba mi madre, mis hermanas y mi padre cargando lo poco que teníamos en el Carro de Tono el de la Vaguada. De allí nos había echado aquel hijo de puta. Buscábamos otra casa por el Valle.

En fin.
Eso ya es otro cuento de principitos y eso
Ahora que con mi dedo observo a una pequeña hormiga que va en busca de un diminuto granito de azúcar, no sé si aplastarla para que viva menos que yo.
Eso siempre me puede dar media esperanza.
-A lo que iba.
Todo lo que recuerdo tiene límites muy difusos. Siempre digo que una de las razones de vivir son los sueños cuando duermes.
No sé.
Aún no sé por qué después de tantos años no se me va ese olor de todas las cagadas juntas de mi familia. Cuando recordamos el olor cómo puede ser posible, si ya no está allí, después de tantos años, aquella mierda.

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