COSAS MÍSTICAS.

 







Para que un atardecer te compense tienes que tener un buen ánimo.

En la época de Franco casi todos teníamos  frenillo en la polla.

Yo a Marcial le enseñé a hacerse una paja cuando hacíamos la mili en la marina en el Ferrol, pero sin cogerle la polla, que yo maricón no soy, me la casqué delante de él. Se extrañó tanto cuando vio salir la leche, que quedó con los ojos como puños, de que de allí, aparte de mexo, nos saliese leche como a las cabras.

Te digo que ni nos fijábamos en los atardeceres sobre la ría de la tristeza que había.

 Había una plaza redonda, y Franco estaba allí, sobre un caballo enorme, por si pasaba algo.

No recuerdo ahora donde estaba aquel bar donde íbamos a tomar mistela, cacahuetes, higos pasos y torreznos.

Nos quitábamos lo de marinero y nos poníamos lo de paisano, en una pensión a las afueras de Ferrol, barata, una habitación para tres.

Tomando mistela conocí a Catuxa, que por lo visto era de Serantes, y como era fea no ligaba nada y acabó fijándose en un pelón como yo.

Catuxa solo era fea de nariz, algo gordita, pero tú no sabes lo caliente que era.

No había mucho donde pegarse el lote, sin que te diesen el alto, así que alguna vez íbamos para la pensión donde nos cambiábamos, entrando sigilosos por una puerta de atrás, a pegarnos el filete, follar no, que no se podía, era morreo, chuparle las tetas, meterle el dedo en el coño después de mojarlo en la boca y pajerla despacio hasta que se volvía loca, tú no sabes como se ponía la Xabela, me mordía y se agitaba como si le hubiese dado un ataque, lo del dedo en el coño le gustaba mucho. Cuando se corría estiraba tanto las piernas que parecía que creciera una cuarta.

Un día, un domingo de noviembre, lo recuerdo porque hacía un frío que pelaba, estábamos dándonos el lote. Cuando nos dábamos el lote era como si el tiempo no pasase. Yo me sacaba la polla por si la Catuxa se decidía a hacerme una paja, era muy brusca, y al final era yo el que me daba la vuelta a la puerta, porque ella, de religiosa que era, no quería mirar, así que yo me daba la vuelta y me la ponía a cascar. Y aquel día que lo recuerdo bien, cuando me di la vuelta, cuál sería mi sorpresa que estaba allí el Marcial, que no sé a qué había vuelto buscar, mirándonos, él también con el nabo cruzado, como yo le había dicho en clase, marcándome el ritmo. Que no veas como le daba al mambo. Cuando lo vio la Catuxa, se armó un follón que acabó como el rosario de la aurora, y que por largo, no cabe aquí.

 En fin, eso ya es otra cosa que no sé si contaré, porque hay recuerdos que no convienen mucho para la existencia.

Ya te digo, que sobre la ría había unas puestas de sol anaranjadas, que eran preciosas, pero como que había aquella tristeza, sabes, y al alma  no le llegaban las cosas místicas.

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