LOS ALGORITMOS DE FRANCES HAUGEN.

 


En los años 90 del siglo pasado comencé a pensar cuanto de vida real le podríamos dar a un algoritmo, cuanto de sentimiento, cuanto de ilusión, cuanto de esperanza, que briznas de alma podríamos darle a un algoritmo para plasmarlo después en un elegante programa informático.
En aquellos años la cantidad de alma de un algoritmo dependía directamente de la potencia de almacenamientos de datos, y la mucha más dependencia con la capacidad de procesamiento de esos datos.
Hoy, en este 2021, los dos baremos fundamentales para que un algoritmo tuviese algo de alma se empiezan a cumplir. Las unidades de almacenamiento ya empezamos a contarlas por cantidades enormes de Yottabytes, en Centros de Datos que devoran cantidades ingentes de energía. Las velocidades de procesamiento de una CPU de andar por casa dan escalofríos. La transmisión de datos por fibra óptica es exponencial.
Pero, sabes, la ingenua niña Frances Haugen sale ahora a preguntarse por el alma de los algoritmos. Sí, sale a la voz pública acusando a los algoritmos de que no tienen alma. Mi niña Frances Haugen no sabrá a caso que los algoritmos no los crea Dios, los crea el Hombre a su imagen y semejanza.
Yo recuerdo la hermosura de aquel Intel 8080, de los años 70, de 8 bits, que programábamos en aquel extraño, para los niños de hoy, Lenguaje Ensamblador.
Los primeros algoritmos tenían aquella vertiginosa verticalidad, con aquellos saltos condicionales a rutinas angelicales que ocurrían en el Olimpo, allí, al ladito, en aquella estrecha memoria de 16 Kb del IBM PC 5150.
Poco después, nuestra alma satánica empezada a intentar flagelar con aquellos virus del pleistoceno, año 86, -Véase aquel programita tan ingenioso del Viernes 13-.
En fin. Alguien cree que los algoritmos tendrán alguna vez alma. Los nuevos grandes pioneros te hablan de las redes neuronales, dándose importancia, las nuevas capacidades de almacenamiento rayando al infinito, y las futuras capacidades de procesamiento, haciéndote mención a los futuros Cúbit, y la imaginación desbordante de Luzbel haciendo algoritmos.
Pero habrá algo de alma en el autoaprendizaje.
-No sé.
La gran pregunta es esa, que la niña Frances Haugen no puede contestar.
De momento, digamos, que los algoritmos los sigue diseñando el mismísimo Satanás.
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