MARACAS.

 



En aquella época hice un trío llamado los Veracruces. Lo formábamos un negro de Guinea, el Nchama, al que le dimos las maracas, uno llamado Jenaro de Azadinos, con el acordeón, y yo que cantaba como nadie los angelitos negros.
Por el verano andábamos a fiestas desde Monterroso por Galicia, la zona del Bierzo por León, o subíamos hasta Navelgas por Asturias.
Íbamos a donde nos llamaban con comida y pensión incluida, la mayor parte de las veces repartidos por las casas de los pueblos por donde había fiestas.
El repertorio que teníamos era mucho de Antonio Machín o los Panchos, aquella de... quítame su amor porque soy un pecador... Yo a las de Machín les daba aire, la de angelitos no veas, y que decirte de espérame en el cielo..., iba desparrmándose con aquella cadencia por el aire.
-Seré conciso a lo que quiero contar, que se me vino ahora.
Cuando fuimos por el sesenta y ocho a Ferreiros, un pueblo de Lugo, nos repartieron a las cuatro de la tarde, sábado, de un dieciocho de julio, por tres casas del pueblo para la fonda, a mí me toco una llamada la de los Mouchos, a Jenaro fue para los Cachelos, y Nchama se fue para el Tuerto de Revirada, en lo alto, la casa muy rodeada de carballos desde donde se veía un hermoso valle con todas las casas al boleo.
-A lo que iba.
A mí me dio un aire frío cuando salió el Tuerto, a la repartida, con aquella mala mirada por el ojo bueno, y su mujer llamada por lo visto Felisa, una descomunal mujer algo bigotuda con unas piernas enormes, muy peludas, y unos pechos que daban miedo.
-En fin.
Cuando dejé allí a Nchama, me dio aquel aire en la mente, y cuando me daba aquel aire en la mente, la cosa no era buena...
Hicimos sobre una tarima de troncos de abedul, tapado con xestas el baile del sábado y la verbena.
Al día siguiente fue cuando pusimos música a la procesión con una marcha mora a lo religioso, a nuestro aire, de aquella, Nchama tocaba un tambor davul pequeño, colgado al cuello dando el paso como podía.
Luego en la siesta del domingo vino aquel sopor atormentado lleno de moscas pegajosas.
En el Progreso de Lugo, ponía aquello de calenturienta tarde de siesta en Ferreiros.
A mí me dio por ponerme a la sombra de un mimosal al lado de la carretera, donde el Quiosco, y luego, como no aguantaba a las moscas me dio por subir a ver al Nchama.
Subí tan lento como podía.
Cuando llegué a casa del Tuerto, la hoja de arriba de la puerta estaba medio abierta, y golpee una aldaba de bola en forma de cabeza de perro, la recuerdo bien, porque era un perro que iba a morderte.
Como nadie contestaba abrí la de abajo y pasé sin hacer ruido por un pasillo enlosado de piedra. Olía a la mierda de la cuadra que estaba al lado y a comida de caldo de berzas, parecía.
Me dio un vuelco el corazón cuando pisé humedad que salía de un cuarto a mano izquierda antes de las escaleras que daban a la planta de al lado. Abrí la puerta y allí estaba Nchama medio desnudo en el suelo, descerrajado, y aquella mujer descomunal sobre la cama, con las enormes tetas ladeadas, las piernas abiertas enseñando un frondoso coño brillante de humedad, muy corrido, según aquello, y la cara destrozada por las postas de una escopeta.
El Progreso ponía... crimen pasional en Ferreiros, se busca al asesino por los montes de la zona de Merlan. Es peligroso porque va armado.
En fin, el recuerdo no da para mucho más, seré conciso, Tato. Solo decir que cuando yo cantaba espérame en el cielo Nchama era como Machín con las maracas, llevaba un ritmo como si los ángeles moviesen los granos de arroz que las maracas llevaban dentro, en el alma.
Ya te digo, para que lo sepas, no sabes el cacho de polla que tenía aquel negrazo.

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