CORAZÓN.

 


-Ayer. Fue ayer.
Me propuse dejarme de ceremonias obsesivas sin que nadie se diese cuenta, pero no pude.
Menchita, anda poniendo repollo con una morcilla y un sofrito de ajos, perejil, puerros, zanahorias, y pimentón dulce. Borbotea cuando lo destapas, y el vapor sube diluyéndose.
No hemos ventilado. Desde dentro no se nota, pero el efluvio debe ser desolador.
Algo de nosotros en el ambiente y el repollo, y las cosas que también huelen. Los armarios huelen y las zapatillas por dentro y, en sí, las paredes, las alfombras.
No sé.
-Percibido en su conjunto.
Ayer por la noche follamos Menchita y yo, porque hoy era su día de asueto, luego dormimos profundamente uno al lado del otro, pero dados la vuelta, y bien entrado el domingo, sintiendo ese frío que viene de estos muros tan estrechos, yo me cogí a Menchita por atrás y sentí su culo contra mi polla, y fue bastante buena aquella poética sensación de abrigo.
Por la mañana posiblemente el olor siguiese ahí, pero era menos perceptible.
A veces los domingos llegan cargados de esa sensación de necesidad de evadir tanta soledad. O de otros olores, a acelgas, a ajos envueltos en pimentón dulce entre pequeños trocitos de beicon, y toda esa luz de la ventana sobre nuestras cabezas que se juntan, por ese lado del cuello que da a mi frente, el leve sonido de los latidos de su corazón. Y los cuento, así, del uno al ocho, y los repito, porque sé a ciencia cierta, que mientras lo haga este calor suave, lleno de tierna levedad, siempre estará conmigo.

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