BAJO CUBIERTA.

 



De cómo era el día no puedo decir mucho. Diré amorfo. De ese gris alto y liso con esa sensación cambiante al claro blanquecino. Digo esto para poner el hecho encuadrado en el paisaje, por si fuera necesario más adelante para estas circunstancias.
Según entras la puerta abre hacía la izquierda. Según entras lo primero que ves es una escalera color caoba que sube a la planta de arriba que es un pequeño bajo cubierta con dos habitaciones y un baño. Según entras hay un zapatillero de esos abatibles, y sobre el zapatillero dos negritas con unos cestitos en la cabeza, dos velas de colores, y sobre el techo una lámpara de lagrimones en forma de cono invertido. Según entras una alfombra de color granate se extiende por el pasillo que llega hasta la cocina.
Había cerrado la puerta despacio, porque quería dar a mi imprevisto regreso el carácter de agradable sorpresa. Me descalcé a la entrada, y arrimé mi maletín a la puerta abatible de la salita. Empecé a subir la escalera que daba al piso de arriba posando suavemente los pies descalzos sobre los escalones de madera. Quiero decir que a la entrada, a la izquierda, hay un paragüero antiguo de madera, decorado con intensas filigranas de colores, y una pequeña claraboya sobre el techo por donde se aprecia la claridad del día, que como ya indiqué empezaba a ser del todo blanquecina como una fluorescente.
Cuando estaba en la planta de arriba, toda pintada de color verde, fue cuando aprecié los jadeos, el respirar forzado, y reprimido.
Es indudable que supuse que algo extraño estaba pasando. Tengo que decir que según entras subiendo al bajo cubierta lo primero que ves es otra lamparita con cuatro focos azules en forma de pico de cigüeña, y que según sigues, hay otra alfombrita muy mullida, y luego nuestra habitación de matrimonio. Por la puerta de la habitación se filtraba una una extraña ligera luz penumbrosa que entraba a través de los rayones de la persiana.
Me acerqué despacio y los vi tirados en la cama.
Sabes: estaban follando a mi mujer como quizás nunca la habían follado, él encima, observé su culo moviéndose despacio, ella con la cabeza vuelta hacía la pared con aquellos suspiros entrecortados, desconocidos para mí, pensé: pues se la están follando con mucha técnica, me excitaba mucho el verlos follar con tanta técnica.
Él, sin inmutarse, le daba una y otra vez, incansable. No pude suponer el tiempo que llevaban así. Mientras los miraba no pude reprimir una incipiente erección, fu superior a mis fuerzas. Yo en la vida había follado a mi mujer de aquella forma, con aquel extraordinario control, el se movía progresivamente meneando su culo, y al cabo de tres minutos o cuatro ella daba aquellos chilliditos cuando se corría, ya no me acordaba la última vez que los había dado conmigo.
No sé el tiempo que estuve allí, ni las veces que ella se había corrido; la verdad, yo estaba sumamente excitado. Dejé de observarlos y bajé de nuevo al piso de abajo.
Tengo que deciros que según entras a mano izquierda está la cocina llena de azulejos blancos, y al lado, una pequeña salita con una biblioteca en donde se apilan ordenadamente varios coleccionables, a saber: la enciclopedia internacional de la ciencia unificada; enciclopedia médica y de anatomía humana; la gran enciclopedia aragonesa; los diccionarios de la real academia de la lengua, otro sobre cine antiguo; y otra sobre papas, que se llama decretales pontificios; y también la antigua enciclopedia Espasa Calpe que me regaló mi suegro. Según entras a esta habitación está el armario con todas las postas para los jabalís, a saber: tres escopetas de corredera y dos rifles semiautomáticos para munición de la gama alta.
Cogí uno y lo cargué con cartuchos del 458, y subí de nuevo lentamente. Cuando llegué con el arma cargada, él estaba in crescendo de nuevo, esperé un poco a que ella se corriese, daba aquellos quejiditos estremecidos como si se estuviera riendo, la verdad se corría como una verdadera ninfómana.
Me acerqué a ellos los encañoné en la cabeza, esperé unos segundos, y disparé todo el cargador a bocajarro. A él quise verle la cara, y con la culata del fusil y mi pie descalzo le di la vuelta, la cama empezaba a encharcarse con una gran mancha de sangre que ya caía por el suelo. A él no lo conocía de nada, ella quedó desnuda, sus pantorrillas estaban inundadas de humedad, brillaban como si le hubieran derramado media botella de aceite de almendras. Yo cuando follaba con ella me hacía daño, me escocía la polla varias horas después de habérsela metido con mucha pena. y algo de desesperación por el resultado.
Los dejé allí. Bajé a la planta de abajo. Tengo que deciros que según entras, colgados sobre la escalera hay ocho cuadros de diferentes abstractos que compramos en el Corte Ingles; y que las paredes del piso de abajo son todas de color amarillo. También está colgado un cuadro hecho al pastel por mí que representa una faena de pesca sobre un fondo negro que es la noche. También, también, también... se ve un cuadro mediano de una puesta de sol que saque cuando salíamos de Melilla en una patrullera que se llamaba Lazaga, cuando estuve haciendo el servicio militar en la marina.
Cerré despacio la puerta, y salí a la calle.
Antes de entregarme a la policía, di unas cuantas vueltas. No quiero deciros como era el día, si hacía frío o calor, si hacía sol, si había nubes, si había mucha gente en la calle, si había palomas, si había kioscos, lo que si existía era aquella claridad blanquecina, ahora mucho más pronunciada, no quiero deciros lo que pensaba, porque en realidad no pensaba en nada, es eso que se dice, mi mente estaba como el cielo, totalmente en blanco.
Lo único que si se me olvidó deciros es que a la entrada, según habrías la puerta había un gran jarrón con flores resecas de pantano. Y que si te asomabas por la ventana de la cocina se veían unas montañas rojas, unos caserones destartalados en, muy antigos de piedra vista, y dos fluorescentes reflejabas sobre los cristales que parecía se escapaban sobre el cielo color violeta.
Según entrabas estaba toda la casa, y ella, algunas veces, me esperaba para ponerme la mejilla. Siempre la avisaba si llegaba antes, esto que os cuento son de esos imprevistos que surgen en la vida.
Sabéis, esta vez quise darle una sorpresa de amor, posiblemente me apetecía besarla.
De cómo era el día, ya lo sabes de sobra, te lo dije, gris que se iba poniendo muy blanco. Tampoco tiene tanta importancia.

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