MARIQUITA
-Precipitadamente, durante el camino pensamos qué dirección tomar.
Que encuentres una mariquita a la hora de cenar sobre los azulejos blancos no quiere decir nada. Yo no me supuse nada. Yo no elucubré nada sobre la mariquita.
La mariquita estaba allí, con un poco de sus alitas fuera, como si quisiera emprender el vuelo.
Al mirar hacia arriba la vi por casualidad: era un puntito rojo, una manchita diminuta, un bichito. Pero era una mariquita. Me dije, pensé para mí: "Mira dónde hay una mariquita que va orientada hacia el nordeste".
A mí no me gusta matar a nada que se mueva por sí mismo.
Algún mosquito maté algún día. Maté muchas truchas. Algún día no sé si vi matar algún hombre. No recuerdo cuántos animales habré matado, intencional o descuidadamente.
Aquel día, la mariquita estaba allí por un propósito. Era un mensaje divino. De mariquita. De este día, no de algún día. De ese día concreto.
Coger una mariquita no es nada fácil si tienes los dedos grandes.
La fui a coger con mis dedos grandes, y se cayó al suelo desde una altura que, para una mariquita, es mucha altura. Era desde el octavo azulejo por encima de la cenefa marrón.
Así que la mariquita, cataplum, cataplum, con todo el morro contra el suelo.
Me dije y pensé: "Esto requiere maniobras especiales".
Mientras tanto, la mariquita seguía caminando por el suelo como podía, para salvarse de no sabía qué. De no sabía qué peligros.
Cogí un trocito de papel de periódico y lo puse enfrente de su ruta, que, según la mariquita, ahora, era al suroeste, no al nordeste como en principio había imaginado.
La mariquita, como no distinguía entre los azulejos grises del suelo y el gris y negro del papel del periódico, o del gris y negro de la vida, se subió confundida sobre el papel.
Puse el papel de periódico delante de mis ojos y la vi moverse. Delante de mis ojos, la mariquita parecía gigantesca.
Me dije, pensé y me hablé a mí mismo: "Debo transportarla al mundo".
Así que abrí la ventana. Estaba lloviendo. Hacía frío. Pero la dejé sobre el respaldo de la ventana. Y me dio algo de pena por aquel mundo tan duro, por aquel mundo a la intemperie, que podía matar a la mariquita.
Lo extraordinario del caso es que la mariquita volvió a aparecer, a la misma hora, en el mismo azulejo, al día siguiente.
Yo también estaba cenando.
Entonces pensé, entonces me dije: "Es indudable. Esta mariquita me quiere decir algo".
Pero no os puedo decir el qué. Algo me quería decir. Pero al día de hoy no sé lo que quería contarme.
Solo sé que sigo vivo.
Pensé para mí, quise decirme a mí mismo: las mariquitas, cuando quieren volar, sacan un poco las alitas por la parte de atrás.
Y si las pones sobre una mano y levantas el dedo, se suben a lo más alto del dedo, y vuelan. Y vuelan hacia el lugar donde las mariquitas viven.
Un lugar muy lejano, todo de color rojo, con muchos puntitos negros.
No sé lo que me quería decir la mariquita, pero estoy seguro de que traía un mensaje para mí.
A veces, durante el camino, te has decidido por una dirección de avance.
Pero mientras caminas, te surgen muchas dudas por si no es la adecuada.
Ahora mismo estoy cambiando el rumbo y me siento más tranquilo.
No sé hasta cuándo sabré si este camino es el correcto.
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