SOL.

 


Golpearon la puerta de mi habitación con una urgencia apocalíptica. Al abrir, me encontré frente al mismísimo Edwin Hubble, la leyenda hecha carne. Su rostro reflejaba una gravedad indescriptible. Yo no tenía ningún deseo de escucharle, pero algo en sus ojos penetrantes me obligó a dejarle pasar.

Con la parsimonia de quien carga el peso del universo, Hubble se sentó frente a mi ventana. Su dedo índice apuntó hacia el cielo, hacia el infinito, mientras su voz, grave y lenta, rompía el silencio:

—El Sol ha explotado.

Mi mente se negó a procesarlo. Pero él, impertérrito, abrió un cuaderno y comenzó a garabatear cálculos frenéticos, fórmulas incomprensibles que parecían destilar la esencia del cosmos. Tras unos minutos, se giró hacia mí, clavando su mirada en la mía.

—Si la gravedad se propaga como una onda electromagnética —dijo, su voz cargada de una certeza aterradora—, y su velocidad es de 299.792 kilómetros por segundo, entonces tienes ocho minutos y veinte segundos desde el instante de la explosión. El tiempo ya está corriendo. Busca una madriguera, ahora.

Me quedé paralizado, como si las palabras mismas hubieran drenado mi capacidad de reacción. Al levantarme para replicar, Hubble ya se había desvanecido en las sombras, dejando tras de sí su cuaderno abierto sobre la mesa.

“No puede ser cierto”, pensé. Pero mi mente, aferrada a la lógica, empezó a revisar sus números. La distancia promedio entre la Tierra y el Sol: 149.600.000 kilómetros. La velocidad de propagación: 299.792 kilómetros por segundo. Hice las matemáticas:

Tiempo = Distancia / Velocidad = 149.600.000 / 299.792 ≈ 499 segundos.

Esto es, aproximadamente, 8 minutos y 20 segundos. Los cálculos eran precisos. Mi respiración se aceleró. Cada segundo que pasaba me acercaba al final. No tenía a dónde correr, no había madriguera que me salvase.

Ahora, mientras el reloj avanza inexorable, escribo estas palabras con la esperanza de que alguien las lea. La oscuridad final se cierne sobre nosotros. Si esto es verdad, apenas quedan unos minutos. Si me equivoco, que alguien lo pruebe. Pero háganlo rápido.

¡Es urgente! ¡ES ACUCIANTE!

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